La ley del deseo
L a ley del deseo es una película de culto de Pedro Almodóvar que levantó sarpullidos. La sociedad española vivía el frenesí de la Movida pero dentro de un orden. Eso de que aquel director, aún desconocido para el gran público, se atreviera a meter en la cama a dos hombres y a convertir en madre a una transexual, sobrepasaba todos los límites. El país había aprobado pocos años antes la ley del divorcio con gran escándalo de los primeros en divorciarse después y la despenalización del aborto con otro tanto de lo mismo.
La escena de Carmen Maura, en pleno verano madrileño, gritando ¡riégueme! al operario del baldeo de calles fue memorable. Pedro Almodovar nos metía en la modernidad a bocajarro y a ritmo de bolero, con la voz protegida por Changó de Bola de Nieve, la seguridad de Lo dudo y el grito desesperado de Ne me quitte pas .
La ley del deseo era un grito de libertad, manjar de la humanidad que en estos predios estaba demediada y aturdida por cuatro décadas de dictadura. En aquel ambiente no nos dimos cuenta de que otra ley del deseo estaba penetrando en nuestra sociedad. El neoliberalismo disfrazado de eficiencia económica que Margaret Thatcher estaba implantando con mano de hierro en el Reino Unido, tras rendir a los mineros, y que se había experimentado en Chile tras el golpe de Pinochet contra Allende.
La ley del deseo se incrustó en nuestro cerebro a fuego de vil metal y con la ayuda de la ciencia. Todo se podía conseguir con dinero. Sólo había que soñar con amasarlo y luego disfrutarlo en casoplones, safaris, viajes espaciales y ... por supuesto, mujeres y bebés por encargo. Así es como el deseo se quiso convertir en una apariencia de derecho, pero sólo para ricos; porque solo los ricos y los medio burgueses se pueden permitir encargar hijos a mujeres convertidas en vientres de alquiler, en Estados Unidos o Canadá por el módico precio de 200.000 euros o en Ucrania a precios más ‘asequibles’ disfrazados de altruismo. La limosna también es altruismo. Ningún pobre va a Ucrania a o cruza el Atlántico para comprar bebés. No. A los pobres se los quitan cuando no tienen dinero para hacerse cargo de las criaturas como ‘es debido’ y con prácticas que rozan la crueldad como quedó demostrado con la sentencia que condenó a la Consejería de Familia de Castilla y León a pagar 150.000 euros a una mujer a la que le retiraron la custodia de dos menores en 2016 por considerar que la administración actuó con desproporción abismal.
El individualismo que ha fomentado el neoliberalismo nos ha confundido el deseo. El deseo nos impulsa y nos da creatividad, vida y ganas de vivir... El deseo ayuda a transformar a uno mismo y al mundo. Pero el deseo no se compra con dinero. Si acaso podrán tapar el vacío de deseo.