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Ayer Sócrates llegó al corrillo y, sin anestesiarnos, puso la voz redonda como con eco de bóveda basilical y declamó: Cuando oréis, no seáis como los hipócritas y fariseos , a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que les vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará... Y cuando des limosna, no hagas tocar trompetas ante ti, como los hipócritas y fariseos en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa .

Serio se puso el profesor: «Dijo esto Jesús, y mucho más, en su Sermón de la Montaña (Mateo 5, 1; 7, 28) y tiene el rango de ley que sólo permite una lectura, no puede incumplirse, es mandato evangélico. Pero al menos en Judea era sólo en la esquina de una plaza. Aquí, ¡que baje Dios y lo vea!, no se hace sólo en una esquina, sino a lo largo de toda la calle, de muchas calles, la calle es suya, toda, horas y horas, y a bombo y platillo aporreando el parche y con cornetas estridentes ante las que no vale taparse los oídos taladrados».

Y concluyó Sócrates recitando solemne la chusca coplilla popular que circulaba en Sevilla y publicaba en 1978 el « Nacional Show », semanario satírico heredero del « Hermano Lob o»:

Y en filas indias,

detrás y delante,

nazarenos,

nazarenos, nazarenos,

unos tres mil,

indio más, indio menos,

el inacabable lote

de agudos de capirote,

el inaguantable trote

de unicornios,

de bicornios,

de tricornios...

la teoría del cuerno

rogándole al Padre Eterno

que nos libre del Infierno,

amén.

Que os sea leve, deseó; y no pequéis.