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Vivimos tiempos de cismas, que sacuden, forma progresiva, prácticamente todos los ámbitos. Hasta tildes académicas cuya utilización corresponde al usuario y, por tanto, de escaso recorrido dialéctico, por su claridad, a mi juicio. Otra cosa bien distinta es el afán revisionista que algunos sectores pretenden llevar a cabo en el ámbito de la creación literaria. Está tan cercana la insensatez que sobrevoló sobre la obra de Roald Dahl, que no precisa ahora ponernos en antecedentes. Todos tendrán las claves del pretendido atropello. Sí es cuando menos curiosa la reflexión de Leonardo Padura cuando afirma que “el mundo está cambiando pero no para bien y lo más jodido es que cuanto peor, mejor para la literatura”. Se supone que, para bien de todos, la literatura tiene no poco de transgresora.

Es entonces cuando aparecen los turbios controladores de la moral, escrita en sus propios textos sagrados o en los códigos de su pretendida corrección política, camuflajes seguramente de un espíritu inquisitorial, con no pocos talibanes cómplices en las redes. Habría de someterse la obra literaria a un Comité Ético o un Parlamento, controlados, en cualquier caso, por la pureza infinitamente inmaculada de su espíritu y su encarnación en los usos y costumbres de la ciudadanía. Orientar, en cualquier caso, en este de forma muy especial, no es ni prohibir ni liquidar. La elección forma parte del distanciamiento del pensamiento único, impuesto. Qué manía de llevar la contraria.

La condena a cierta reescritura de la obra de Roald Dalh, nunca se sabe en nombre de qué y de quién, parece haber aflojado el freno. Pero queda la tristeza de saber que la alarma queda activada. Las enseñanzas de la historia son siempre una referencia que no debe perderse de vista ante los gritos de censura, de puritanismo o de lo políticamente correcto, en general de caudal empobrecido.

Los responsables españoles de la edición de las obras del escritor británico habían decidido no tocarlas , en un ejercicio de respeto y responsabilidad que les honra. No se olvide, sin embargo, que no hace tanto tiempo un grupo de revisionistas de las inquietudes ajenas había liquidado de las estanterías de una biblioteca varias docenas de títulos, condenados a la hoguera de los fantasmas.

En eso estamos. La advertencia parece ser uno de los métodos que invita a la reflexión. Quede ahí.

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