Diario de León

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Te vas con el mismo silencio que había cuando te viniste. Y dejas el recuerdo de aquella plaza del Grano a reventar. Y de los pétalos al viento de la calle Sacramento. Y de las palmas al cielo en la mañana aquella que por la tarde atragantó el pasador de la Cruz del Redentor que no quería ni sujetar ni sujetarse al paso.

Viste al Nazareno en la tarde y a Las Llagas en la noche. Te conformaste con un indulto de un Dios menor el mismo día en que tres vírgenes se apropiaron del corazón de León. Conociste como nosotros que ni el  clásico  ni la casi manita pudieron con las procesiones, que la calle no conoce aún santos en pantalón corto. Y regalaste la locura del Día del Amor Fraterno, cuando la Catedral se tiñó de azul cielo, cuando la palabra de Javier Fernández Zardón se hizo carne de hemeroteca a caballo, cuando La Despedida dio la bienvenida a La Ronda.

Iluminaste el Viernes en el que la locura estuvo en el corazón y no en otras cabezas pergeñantes de ideas descabelladas. Y sacaste a León y a medio mundo a las aceras del Viejo Reino, para ver la nueva túnica de espigas del Nazareno. Para contarlo harían falta más de Siete Palabras. Fue el día en que Minerva se reconcilió con la paz, por lo menos de las almohadillas para afuera.

Ayer ya con un nudo en la garganta, mandaste desenclavar al creador, iniciaste la vereda del Camino de la Luz y le recordaste al mundo que La Soledad es la mejor compañía cuando el alma se ha puesto morada y al cuerpo le duelen las pestañas.

Por todo eso eres adorable, Semana Santa de León. Por eso tienes una cita conmigo en el Paraíso. Te veo el día 22 de marzo.

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