Diario de León
Salida 339. DAVID CAMPOS, 2022

Salida 339. DAVID CAMPOS, 2022

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Hay un barullo de conversaciones y cubiertos. Sobre las cabezas de los comensales vuelan platos en manos de camareros que gritan órdenes e indicaciones. Familia, al fondo tenéis una mesa. Dos de menestra para la pareja de la mesa cuatro. En la barra, tres camioneros toman café mirando las noticias. Una banda de tambores y cornetas acompañan una de tantas procesiones como estos días recorren pueblos y ciudades de España. Estamos en vacaciones de Semana Santa. Unas chicas de veintipocos años se sientan cerca de mí y miran por la ventana. Hacen algún comentario sobre el paisaje desolado y se preguntan si allí no hay ‘campesinos’. Tienen acento de Madrid. 

En el restaurante de la estación de servicio de Camarzana de Tera se oyen distintos acentos y lenguas, algunos de tierras lejanas. La autovía de las Rías Baixas, como todas las autovías, como todas las líneas de Alta Velocidad que se han construido en este país, son túneles inmensos. Pasadizos de asfalto y hormigón que unen grandes zonas pobladas. Sólo a veces, los viajeros se desplazan para comer o tomar un café y, entre el barullo, echan una mirada de soslayo al inmenso desierto que hay entre ellas.

Hoy mi camino se cruza con el de estos viajeros. Quizás inspirado por Xuan Bello, con aquello de ‘andando, andandino’ llegar desde el Cantábrico hasta la esquina de Portugal siguiendo los caminos de la lengua asturleonesa, me he lanzado a trazar arañando en el mapa, esta vez de sur a norte, una perpendicular a las grandes y masivas rutas de comunicación. Y así vengo de las vacías tierras de Tras os Montes camino de Sanabria. Atrás quedan casas vacías, quedan las pocas iglesias que estos días se atreven a abrir tímidamente sus puertas para exponer imágenes relacionadas con la Pasión de Cristo, queda también el silencio de las calles, un silencio apenas roto por el murmullo de algunos turistas que han venido a velar estos días a tantas aldeas muertas. 

Decía Walter Benjamin que a la historia hay que peinarla a contrapelo. Quizás haya que llevar su afirmación más allá y pasarles bien el cepillo a todos los caminos trillados, dejar a la vista el cuero y hacerles saltar las liendres. Aquí, en este cruce de caminos, en este bar de carretera, salen a la luz de manera más evidente las anomalías y desequilibrios de la geografía humana de este estado en el que vivimos.

Pago la cuenta. Por delante quedan las carreteras vacías de Cabrera, del Bierzo, del cordal cantábrico camino del mar. Una tierra muerta sin esperanza de resurrección. Guardo la cartera y me despido. Entre el jaleo, al fondo de la barra, hay un hombre solo y en silencio mirando la taza de café que tiene entre las manos. Por la familiaridad con la que actúa y por su aspecto, intuyo que poco tiene que ver con el resto de la concurrencia. Debe ser un ‘campesino’ de Camarzana

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