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El monte se ha puesto a arder antes de julio, que es cuando en León comenzaba de manera tradicional la temporada de fuegos. Después de que algunos de los vecinos de La Cabrera se quejaran al grito de ‘Estamos hartos de jaimitadas’, los incendios se adelantan cuatro meses sobre lo previsto y todo parece indicar que no es debido al cambio climático. Los fuegos intencionados siembran el país de explosiones. No hay que olvidar que aquí, al noroeste, se dan ciertas costumbres que antes no existían. Una de ellas es la manía de las juntas vecinales de cobrar por acabar con el paisaje. Vale, que todo el mundo tiene derecho a vivir cuando lo único que tienes en el mundo es una mano delante y otra detrás y, de repente, te llegan con fondos Next Generation, de esos de los que Europa nos regala a cambio del RepowerEU, que no es más que el espejito que nos dan a cambio de convertirnos en sus siervos de la gleba energéticos. Unos progresan y otros se quedan con la barbarie que le sobra a la civilización. Es el 5.0 de la pesadilla de Darwin en versión cantábrica.

Pero no sólo de eólicas vivirá León. En esta política de la pobreza, habría que hacer —alguien debería— un análisis de lo que pasa con los pastos y la PAC, ahora que  Brokebackmountain  se ha puesto tan de moda en las televisiones. Los fondos europeos están sujetos al número de derechos de pago base que tiene cada ganadero y éstos van unidos a las hectáreas de terreno que conforma la explotación. Ahí está la llamada guerra de los pastos, que no es más que la lucha por los recursos limitados —la tierra— entre la voracidad de los que quieren vivir de manera ilimitada de la sopa boba. No hay más que ver que en León hay más vacas que personas, que es imposible comernos todo lo que pasta —o no— en la montaña.

¿Cuántos de los que cobran prejubilaciones mineras trabajan para cobrar la PAC? ¿Cuántos de los que trabajan en la explotación son sus titulares? El fuego, por eso, es en ocasiones lo único que hace que cuadren las hectáreas. Y ya llega el verano...