Diario de León

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La pulsión amorosa —esto es al menos tan curioso como que siempre vayamos a nacer sin error en el mejor pueblo y país del mundo— es tan fuerte o por el contrario tan poco selectiva que no suele haber inconveniente para que por lo general hallemos nuestra media naranja entre los seres que habitan nuestro entorno y nuestro tiempo, o como mucho un par de autonomías más allá. Oí una vez hablar de una tribu tropical que se estaba extinguiendo porque no encontraban el amor entre la gente de su alrededor inmediato: consideraban que, siendo tan enorme el mundo (esto ignoro cómo lo sabían viviendo en una selva), no era cuestión de encamarse con la vecina de la choza de al lado, ni de arrejuntarse con el maromo del pueblo a la otra orilla del río, aunque el río fuera tan ancho como el Amazonas. Seguramente hayan ocurrido dos cosas: que esa tribu tan romántica como poco impresionable haya desaparecido de la faz de la tierra y que esa rara dolencia afectiva suya pueda dar nombre a alguno de los treinta y tres tipos de sexualidad que ahora existen en España o a alguna de las treinta y siete identidades de género que etiqueta Tinder, si es que alguien se acuerda de su nombre.

A mí es que me resulta raro que aquí los seleccionadores de fútbol tengan invariablemente la misma nacionalidad del equipo que entrenan y que siempre se presenten a alcalde gentes que, oh casualidad, resulta que viven en la ciudad que aspiran a gobernar y a las que conocemos hasta por el mote. No hay libertad de movimiento político ninguno en esta Europa nuestra, tan avanzada para algunas cosas y tan pacata en otras. Eso, o que somos tremendamente fanáticos de lo propio, casi hasta la xenofobia. Porque existiendo traductores y asesores y técnicos municipales, ya me dirá usted qué diferencia iba a haber si a España la entrena Jürgen Klopp o el bastón de mando de Ordoño Verde lo sujeta José María García Urbano, que arrasa en Estepona porque tiene en su despacho un panel con las medidas del plan electoral divididas en trimestres que va tachando según se cumplen. Más espíritu alemán como este se necesita siempre, salvo que se esté en Alemania. Como improvisación latina, a excepción de que ya se sea mediterráneo o británico, que son genéticamente inmunes a toda llaneza o espontaneidad. Quitémonos la venda localista.

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