Diario de León

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Los que más odian a Fernando Sánchez Dragó son los que ni siquiera le han oído o leído (en España la cosa va así). Después están los que quizá le hayan leído algo, pero finalmente no le entienden. Y también están los que alguna vez le entendieron y ahora le desentienden viéndole en descarríos o en las antípodas de lo que un día predicaba o proclamaba alto y claro, pues su letra vino siendo siempre de alta sonancia. En fin, que se fue ganando enemigos con cosechadora.

Pero los odiadores lo son mayormente por esconder sin duda envidias secretas y corrosivas al odiado, cuya arquitectura poliédrica, en el caso de Dragó, creen derrumbar con tan sólo un exabrupto bufo y un anatema categórico. Pura envidia, porque... ¿cómo no envidiar su lengua suelta y libre, su carnet de atrevido o el ser dueño de sus pasos más que ninguno de los que le adulan o vituperan?, ¿cómo no envidiar que, sin perder mucho pelo vergonzante en cada gatera, se permitiera recorrer todo el arco ideológico/político que va de una izquierda más o menos extrema a una derecha que vuelve a no tener vergüenza en enseñar todos sus extremos?, ¿cómo no envidiar su vigor y su descaro seductor o las numerosas mujeres que se le rindieron (y alardeando, «nunca me acosté con una que tuviera más de 40 años», y yendo hasta de asaltacunas)?, ¿cómo no envidiar los infinitos artículos con que fustigó al lector o los muchos libros que escribió o sus mil viajes a experiencias lejanas y existenciales o los espacios que conquistó o la actitud gozadora de la que jamás se apeó?, ¿cómo no envidiar ese cerebro en el que, como voraz lector que era, casi cabía la biblioteca de Alejandría y hasta todo lo que no está escrito?, ¿cómo no envidiar su indudable privilegio de poder ser un heterodoxo insultante?, ¿o cómo no envidiar la vida intensa que llevó hasta el último momento sin dejar de exprimir sensaciones y esa muerte tramitada en un instante eludiendo el degenerar y la agonía?... Por mucha aberración y cambios de túnica que se le puedan ver, siempre tendrá aspectos a envidiar, al menos tres.

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