Diario de León

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Somos muy de quejarnos, de eso no hay duda. Tanto, que agota. No oye una más que quejas por todas partes. Que es un derecho y está bien tenerlo y ejercerlo, pero para todo hay un límite. Y no es sólo una cuestión energética, porque las personas quijicosas tienen el poder de emponzoñar el ambiente en apenas unos segundos y con tan solo una frase. Sino que es también una cuestión práctica. 

Quejase puede servir para liberarse, para poner en palabra un pensamiento que nos tortura o para intentar sentar cátedra o dejar clara una idea o creencia. Pero para poco más si se queda en eso. Y me explico: siempre ha sido más difícil ponerse manos a la obra que seguir sentado mano sobre mano con la única intención de criticar lo que hacen los demás. Eso está chupado. Es algo que caracteriza a los cobardes y a los de vida triste, que en vez de salir a actuar se dedican a poner a caldo a los que sí lo hacen por puro placer. Aunque eso no quita que pasen cosas absurdas y surrealistas a diario, dignas de ser criticadas y más. Son dos asuntos distintos. 

Y luego hay que diferenciar las críticas constructivas de las que no lo son, de las inútiles. Yo estoy hablando de estas últimas. Echar veneno sin más no lleva a ningún sitio. Sólo genera una energía densa que lo babosea todo para nada. Y tampoco es lo mismo pedir que quejarse, que bien es cierto que el que no llora no mama. 

Si uno se queja, lo ideal es que la queja se acompañe de algo más. Total, ¿de qué sirve poner el grito en el cielo por cada cosa que acontece? De desahogo, como mucho. Habrá que pararse a pensar en una solución y replantearse las cosas y lo que hacemos con ellas, por ejemplo. Y, si no es posible, habrá que estirar la cuerda por otro lado. Que sí, que es horrible y posiblemente injusto lo caro que está todo, por ejemplo. Hasta cruel. Pero es infinitamente más productivo cerrar el pico y meter la primera marcha enfilando otra dirección. Es una cuestión de actitud. No tiene tanto que ver con lo que pasa ahí fuera como con lo que se cuece dentro de cada uno. Y también de ser práctico y emplear más tiempo en encontrar soluciones que en rumiar tragedias. Porque el tiempo es escaso y no hay quien lo detenga, da igual lo que digamos, así que vale más hacer que hablar por hablar. 

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