Vagalumes antre o millo
Resulta que el gallego se pega; no Rajoy, por mucho que lidere la lista de personajes más extrañados entre el sentido común, por el orden, según Dios manda, tal y como está el mercado del alquiler en La Moncloa; no Feijóo, coitadiño, entre arrumacos y siervos que le dicen lo que quiere escuchar, mientras se cuida de que el encefalograma plano no le haga sombra en los hemiciclos; el gallego se pega a los talones, y te coge el aire sobre la entonación plana que contagia la meseta, que sopla más de lo debido, por eso, el polvo del camino, la grieta en la tierra, y te envuelve el final de la conversación suspendida, con fonemas abiertos, las fricativas hechas añicos, el impulso del murmullo con la dicción académica que arrea el diafragma para que salga decidido arriba, como se impulsan los suspiros que van al cielo antes de morir. Hay poco que explicar entre los surcos que dejan en la piel las zarzas que escoltan la zarzamoras, o las caricias en el alma que se ofrecen entre amoriñas das silveiras; en ese momento en el que ya sabe el castellano hablante que es preferible ese morro, reflexivo y singular, que contagia la morriña; las noites de luar que embelesan a los abesedos de los montes de León; el tarde piaches, los non vaia ser o demo que llevamos dentro desde que nos soltaron de la mano, apertas que sembramos y bicos que vin polo aire y fun polo vento; el chegar e encher de los decididos que herederarán este mundo, la sarabia que escupe abril en días rabudos de primavera; calixe, cegoña, fuscallo, néboa, neboeiro, nebra, a bétera que nos obliga a intuir, que es leer deprisa en las entretelas. Panorama, dijo un guaje cuando le retaron a palabras en gallego aquellos larpeiros que se relamen en la debilidad ajena. Mejor, el marcho, que teño que marchar, la universalidad de la heredad de la tierra con el apego a la ficción para pasar la vida, porque la fantasía, a veces, viste amable la realidad. Julio Llamazares, que condensó la historia de medio León en aquellos versos impagables sobre la raza de pastores que perdieron la libertad al perder sus ganados, acaba de componer una sinfonía literaria bestial, con la metáfora inmortal del insecto lampírido que ilumina la noche. Vagalume. Llevamos el poniente entre ojo y ojo.