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Si la cosa no cambia en las próximas semanas, España se enfrenta a una de las peores crisis climatológicas e hídricas de las últimas décadas. Y es que siempre nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, es decir, nos ponemos a analizar las causas de la sequía a buscar soluciones cuando ya es demasiado tarde, y no será porque no estábamos advertidos.

El cambio climático, eso de lo que se ha hablado hasta el aburrimiento en los últimos años no es una especie de apocalipsis que llegará a nuestras vidas como si se tratara de un meteorito directo hacia nosotros, es sencillamente esto, una reducción progresiva de los recursos hídricos por el aumento de las temperaturas a través de la evaporación, un incremento de la frecuencia y la intensidad de los periodos de sequía y un cambio en la distribución estacional de las precipitaciones (un descenso en primavera y un aumento de lluvias torrenciales otoñales, que son menos aprovechables) pese a haber una misma precipitación anual por ser más torrenciales que la media histórica.

Y para frenar las consecuencias de este cambio climático que se ha hecho, pues más o menos nada, ya que seguimos haciendo una misma y cada vez más agresiva utilización del agua, sin optimizar y sin aumentar nuestra capacidad de almacenamiento.

Lo único que se ha hecho es aumentar las superficies de regadío en España como si no hubiera un mañana, todo con el objetivo de ser autosuficientes alimentariamente y para no tener que depender de terceros países para abastecernos. También se nos ha vendido que el regadío es una manera de optimizar el agua, ya que supone un ahorro de los recursos hídricos del 20% respecto al regadío tradicional, pero para muchos expertos estas cuentas no terminan de cuadrar y explican que este desequilibrio entre los recursos hídricos se debe sobre todo al aumento de las demandas, especialmente al aumento de la superficie de regadío, el cual consume en torno a un 80% de los recursos disponibles, mientras que con el 20% restante hay que atender al abastecimiento humano, a los caudales ecológicos y otras demandas ambientales. Y cuando las lluvias disminuyen, como ahora, la escasez de agua sale a relucir. Ahí las cuentas sí cuadran.