Eso llamado felicidad
Leo en este periódico que científicos de Harvard han concluido que somos más felices a partir de los sesenta. Va a ser que sí. Ya lo siento, veinteañeros y veinteañeras, treintañeros y treintañeras… fastidiaros; cuarentones y cuarentonas… paciencia; cincuentones y cincuentonas, no desesperéis. Ya os llegará, a quien le llegó lo sabe. La felicidad no viene en los mapas, pero si entras en su territorio lo sabes. Permítaseme aportar algunas pruebas La noche del lunes, cené con los filólogos Juan Matas y José Manuel Lucía. La conversación gratísima, las croquetas de cecina de rechupete. Más felicidad: la conferencia de este sobre las mujeres de Cervantes, en el Aula Magna de Filosofía y Letras. Y con un regalo dentro: ver entrar a Gamoneda en la sala, tal silencioso destello. Después, en mi taller El Quijote de 1605 para los Mayores confesé a los participantes —mirando al gerente de Servicios Sociales, que nos visitaba—: «Si supiesen los organizadores lo feliz que soy haciendo este trabajo me pasarían a mí la factura y no al revés». Esa misma noche, recibí un bello correo del maestro Sliwa. Y aún hubo mucha más felicidad en la semana. El miércoles, en la presentación de los excelentes libros sobre la historia de la imprenta en León, de Julio César Santoyo, en las instalaciones de Diario de León, me reencuentro con Ramón Ángel Fernández, vicerrector de Infraestructuras y Sostenibilidad, hijo de quien fue trabajador de Administración de este periódico. Su padre fue un hombre bondadoso, la más noble manera de hacer felices a los demás. Él también trabajó en el periódico unos años, y dijo algo que viene al hilo: «En el Diario fui muy feliz.» Admitirlo forma parte de la clave. También uno lo admite.
No pude ir al recital del Siglo de Oro, organizado por Filosofía. Pero mi mujer sí asistió, y entró en casa rebosando felicidad, fascinada por la mágica brillantez de Daniel Migueláñez y José Manuel Seda. Arte nunca efímero.
Ay, la felicidad. Ah, los sesenta. No será uno quien le quite la razón a Harvard… dicho esto, a veces, aún el blues de la condición humana me sigue sorprendiendo. Pero se pasa enseguida. Como cantaba Dylan en aquel verso: «Era muy viejo entonces/soy mucho más joven ahora».