Cerrar

Creado:

Actualizado:

Vaya mes que nos espera. En el fondo no es más que prolongación y remate de otros muchos. Cuando hay olor de elecciones —y el olor es alargado como la sombra del ciprés—, todas las maquinarias se engrasan. Es lógico. El asunto tiene, a mi juicio, otra lectura, aunque en parecida línea de la colectiva del partido correspondiente, cuando se trata de la personificación en candidatos que no quieren, por nada del mundo, quedar diluidos en la vorágine que devora y aniquila. A no pocos les va la vida en ello y utilizarán todas las tretas para permanecer sacando la cabeza e impedir el olvido o la evaporación. Ejemplos tiene la santísima realidad que disipan todas las dudas.

Es aquí donde aparece, entre las muchas sombras de nuestra condición, el cinismo, esa «actitud —entrecomillo la definición de la máxima autoridad— de la persona que miente con descaro y defiende o practica de forma descarada, impúdica o deshonesta algo que merece general desaprobación». Y como se engañan cuando piensan que los ciudadanos somos imbéciles —y un güevo, matarile—, no sienten el más mínimo rubor.

«Dicen que la distancia es el olvido». Por eso aparecen en los momentos en que se inicia la refriega. Estar en el candelero, encenderse como vela que estuvo apagada meses, incluso años. El cinismo es oportunista. Por eso piensa el que lo ejerce que detrás de él, el diluvio. Declaraciones, contradeclaraciones, acusaciones un día sí y otro también, mentiras asumidas como tales, peticiones de dimisión de los otros por lo que ellos mismos hacen, tratar de tontos de solemnidad al resto obviando las limitaciones propias, considerar y acusar al de enfrente de todos los males, hasta de la muerte de Viriato si fuera necesario… Las descalificaciones nunca fueron actitudes elegantes.

Aunque parte de las afirmaciones pueden ser desmontadas fácilmente, el juego electoral puede ser divertido en al menos una doble vertiente. Si ha habido alternancia en el poder, pueden ponerse los méritos y deméritos de uno(s) y otro(s) para ver hacia dónde se inclina la balanza. Si no se trata de alternancia, anotar las promesas para, en su momento, ver el grado de cumplimiento. Puede ser divertido. A ver si resulta, por más que se empeñen unos y otros, que todas las culpas las tienen los mismos. Los de enfrente. Por supuesto. Pero el que esté libre… Y se inundó el escenario de pedradas.