Diario de León

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No siempre que se va a por lana se vuelve trasquilado; le pasó a Fernando I de León, cuando el comisionado de obispos y condes que envió a la taifa de Sevilla a buscar los restos de santa Justa y santa Rufina regresó con los de san Isidoro; perdimos una estación de alta velocidad, pero es incuestionable el acierto de la improvisación de Alvito y Ordoño, prelados de León y Astorga, y el noble Nuño. Ya llovió, aunque parezca un giro de conversación recurrente a la puerta del ascensor. Las necesidades fundan imperios. El de León, que se quedó a medias, relata episodios inimaginables a estas alturas de declive, inimaginable también para los sabios y regidores que dejaron el legado dilapidado por esta casta política que no está a la altura de la encomienda que tomó en herencia. Así asomamos a la sequía, la real, sin metáforas ni excipientes que edulcoren el principio activo de la píldora de la historia. La sequía es el germen del hambre; y el hambre funda pobreza, que luego sostiene gobiernos. Es de suponer que lo que movió a aquellos plebeyos a tirar del arca con las reliquias del santo eminente fue la comida en el plato, sin tomar en cuenta las siguientes entregas que suceden en el ciclo devastador de la falta de lluvia; honores a ellos, por la súplica, sin el conocimiento de hoy en día, entre expertos tertulianos en cambio climático, que antes fueron de los efectos caninos del arn mensajero en la vacuna covid o en el efecto de los pedos de las yeguas sobre los manantiales de Doñana, estudios minuciosos sobre los frentes fríos en altura, la previsión optimista del modelo GEM, la visión catastrofista del ECMWF, las cabañuelas, madre, las cabañuelas, las hormigas que hozan a destajo... Honores al pueblo llano de León que se echó a hombros la hornacina de san Isidoro y procesionó hasta encontrar la solución, el milagro, que llegó en Trobajo del Camino, tan necesitado aún de intervención divina, y acabar de un plumazo con aquel castigo de dimensiones bíblicas por falta de lluvia. En 1158, de ahí las Cabezadas, ya salía el sol por la Candamia y se escondía detrás del Cueto. Y la gente tiraba de rogativa cuando la capa freática no llegaba al ras de los rompidos. Una mirada alrededor confirma que no queda otro clavo al que agarrarse.

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