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Uno de los efectos más perversos de la pertinaz sequía de León es que los habitantes de un gran número de ayuntamientos, un cuarto, no tiene la oportunidad de elegir entre más opciones políticas que el PP y el PSOE. Es decir, no hay opción. En la época de la Inteligencia Artificial, estamos en plena Restauración, que en el fondo es lo mismo. Ya saben lo que decía el bueno de Tolkien,  un anillo para dominarlos a todos.  En esta ocasión, el círculo perfecto es la obviedad de que ya nada podrá cambiar, que los habitantes de esta provincia saben que la campaña electoral es para ellos un simple panfleto propio de una de las fake que cada día nos llegan al teléfono para llenarnos de mugre la memoria de lo único con lo que ya contamos para no diferenciar la realidad de la mentira que nosotros mismos nos fabricamos.

La indignidad llega hasta el punto de que en muchos de los municipios de Sahagún o de Astorga, los más desolados de León, ni siquiera se puede decidir, que los comicios llegan con el candidato envuelto en un sobre con lazo para que el votante se lo trague con o sin anestesia.

Es la democracia de la nueva era, en la que los ciudadanos tenemos ya todas las facilidades, tantas que ni siquiera hace falta pensar, que eso está sobrevalorado y nos quita tiempo para disfrutar del tiempo libre, ese que en breve será lo único que tengamos.

Hace cien años, Primo de Rivera, el padre del Ausente, decidió pisotear el parlamentarismo y poner en marcha un nuevo régimen en el que incluso el socialisto Largo Caballero colaboró. Recién llegado de tapar las atrocidades y miserias que los de siempre habían sufrido a manos de los que nunca se manchan, ambos trabajaron en un sistema que prometió, entre otras cosas, acabar con el caciquismo. De esa época es la frase  en mis hambres mando yo , tan cacareada a propósito del mendrugo que los señores tiraban a los que sufrían sus miserias. Ahora es más o menos igual, sólo que se hará de forma perfecta. Un cuarto de municipios no tienen elección.