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Desde hace no ya años, sino décadas, la rehabilitación no sólo urbanística sino comercial del Mercado del Conde Luna viene ocupando las agendas de los sucesivos equipos de gobierno municipales con escaso tino. Ahora el mercado está al fin en reforma profunda y se ha diseñado un proyecto de comercio tradicional más ambicioso al amparo de las ayudas europeas a la recuperación, que parece que todo lo impulsan (ojalá sea así). Lo que no libra al viejo cascarón plantado hace casi un siglo en medio de la histórica plaza de tropezar con cuanto inconveniente pueda salir a su paso. Hasta la globalización y la coyuntura macroeconómica tenían que venir a zancadillear al destartalado edificio.

Con todo, y en la confianza de que el remozado consiga llegar a su fin en el plazo de prórroga dado por Europa para soltar la parte que le toca, no es el continente lo que más preocupa de este histórico resquicio de comercio, en el que los irreductibles resisten como en la mítica aldea gala. Los muchos equipos de gobierno que se han sucedido con su ristra de propuestas, estudios, proyectos y ocurrencias que nunca acabaron de ver la luz no han logrado lo fundamental, despertar el interés empresarial por un proyecto que debería ser el el latido de una forma de entender no sólo el comercio, sino la promoción de los productos locales. Con una premisa que en tiempos tuvo la plaza: era lugar de referencia de los consumidores leoneses. Olvidar a los que están ahí día a día es un error que lastra cuanto tiene que ver con el casco histórico, y está costando muy caro a la ciudad.

El caso es que con una infraestructura a todas luces deficitaria y sin un proyecto atractivo para los empresarios transcurrieron los anzuelos (sobre todo para votantes cuando el calendario marca el momento) de puestos tradicionales, gastrobares, mostradores gastronómicos turísticos,... Al final, lo dicho, la soledad de quienes resisten, vaya usted a saber por qué, en un espacio que debería ser una joya alimentaria y gastronómica de León.

Mal asunto. Para el mercado, y el nudo de actividad que debe ser; para los que amamos la compra del tendero; para quienes desde hace años buscan innovar en estos espacios que deberían ser privilegiados. Para una ciudad que no sabe dónde buscar nuevos caladeros de dinamismo, quizá porque no sabe bucear y sacar a cubierta lo que de excelencia tiene. Es responsabilidad de todos. Dejen de apuntar y apúntense. Merecería la pena.