Mejor sí pensarlo
Leo que han inventado una máquina que lee los pensamientos, y los propios inventores piden normas para proteger la actividad mental antes de que avance más la tecnología. ¿Hasta qué clase de sociedad monstruosa nos llevan? Solo los prebostes de la neomaldad lo saben, nosotros bastante tenemos ya con barruntarlo. Pero tampoco es que sea tan infrecuente leer el cerebro ajeno. Mi mujer me adivina no solo lo que estoy pensando sino lo que aún no he pensado pero pensaré a no mucho más tardar. La diferencia es que ella no utiliza sus habilidades lectoras para el dominio, sino para impedir que pique a deshoras. Mi cerebro es un libro abierto. «Tu sonrisa te delata», explica. Pero lo que ahora nos viene encima no pertenece a ninguna modalidad del humor conyugal, ni se quedará en sus maravillosas aplicaciones potenciales en neurociencia. La neomaldad viene a por nosotros. Ya lo escribió Hegel, en su Filosofía de la Historia : «Un gran hombre ha de estar dispuesto a arrasar algunas florecillas inocentes». Y aquí no van a quedar ni las macetas. Nuestros pensamientos son neones en la autopista cerebral, es posible descodificarlos y traducirlos. Un tostón previsible… pero es nuestra despensa mental, ¿por qué ha de entrar alguien a curiosear en ella si pienso mucho, poco o nada en Jennifer López? Además, tampoco hay que ir a Cambridge para adivinar lo que está pensando Trump, pongamos por caso; en lo mismo que Paquirrín, pero en inglés. La máquina de leer pensamientos la han inventado en la Universidad de Austin, Texas. Ya les vale.
He leído también que el gobierno ruso protesta porque los ucranianos han intentado a asesinar en Moscú a Putin, con drones. Un ataque terrorista, según el Kremlin. ¿Y qué están haciendo ellos a diario con Ucrania? piensa el ladrón que todos son de su condición.
La neomaldad trabaja a destajo para ponernos a picar en Ganímedes. Mejor sí pensarlo, aunque nos quite el sueño. «Un penique por tu pensamiento», propone un proverbio inglés, Aquí va el mío y gratis: «Para ti la perra gorda», decía mi madre. Ella no diferenciaba mucho entre pensar y sentir, pero acertaba en sus análisis sobre la condición humana, y con mucha más precisión de lo que lo hará la máquina.