Diario de León

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Hay muchos tipos de negacionistas. Los hay al cambio climático, de los que he hablado en muchas ocasiones, a las nuevas tecnologías, a las vacunas, y a todo lo que nos implique un compromiso personal para erradicar algo, como es el caso de los que se niegan a reciclar para hacer de este planeta un mundo más sostenible, alegando que todo es un invento de las industrias y que todo nuestro esfuerzo cae en saco roto. Yo soy una firme defensora del reciclaje como uno de esos pocos gestos individuales con lo que podemos contribuir a mejorar el lugar en el que vivimos, pero reconozco que son pocas las garantías que tenemos de que todo ese esfuerzo, que no es poco, tenga el destino que debiera y que no es otro que el ser tratado en una planta de reciclaje para darle otra vida, pero realmente es tan poca la información que le llega al ciudadano al respecto que en cierto modo puedo entender en parte a aquellas personas que lo ponen en duda.

Debería haber un poco más de transparencia sobre el destino y la utilización de todo lo que reciclamos ya que el esfuerzo que hace el ciudadano es mucho si lo comparamos con lo que recibe que es nada, bueno, sí, el cobro del servicio. Y es que reciclar no es un gesto más, es casi una forma de vida que ha cambiado por completo nuestra rutina. Nos obliga a pensar cada vez que vamos a tirar algo a la basura, y a dilucidar entre el amarillo para envases y latas, el azul para papel y cartón, iglú verde para el vidrio y contenedor verde para el compostaje o para los restos. Todo empieza en nuestra cocina, para luego tener que llevar cada una de las bolsas al contenedor correspondiente que no siempre está cerca ni a mano. Es raro el día que no sales de casa sin una bolsa para reciclar en la mano, para luego a ‘pegarte’ con el contenedor, para que entre tu bolsa —¿quién diseño los minúsculos agujeros del contenedor amarillo?—, o funcione el pedal del gris, sin esmorrarte en el intento. No pasa nada, todo sea por el planeta, lo hacemos ya como parte de nuestra rutina, la misma que tratamos de inculcar a nuestros hijos. Pero luego se te cae el alma a los pies cuando te enteras que todo ese esfuerzo acaba amontonado en toneladas en un vertedero ilegal en Santovenia de la Valdoncina. Pues eso, negacionismo.

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