Diario de León

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Aveces la novedad no estriba en cambiar de paisaje. Un simple cambio de mirada que se acerque a ese árbol que está en el jardín de enfrente de tu casa, un caminar más lento o un mirar hacia arriba en lugar de al suelo te abren la ventana a mundos desconocidos en tu pequeño barrio de toda la vida. La mirada tampoco lo es todo, o mejor dicho, los ojos. Importa, y mucho, con qué estado de ánimo se mira, qué emociones priman al enfocar hacia cualquier punto, ya sea un espacio físico, una persona o una idea.

La mirada del odio gana terreno en la conversación pública. No me refiero solo a las barras de bar o esas tabernas sin bebida ni tapa que son las redes sociales. La mirada del odio, el filón de los discursos xenófobos y ultraderechistas, se abre paso en un mundo en el que las desigualdades se acrecientan. Es lógico, y diría que humano, enfadarse cuando la injusticia nos afecta directamente. Sin rabia, incluso sin ira, en ocasiones, acabaría dándonos todo igual.

Pero cuando la rabia y la ira se enquistan dejan de ser emociones productivas. Es lo que nos está pasando en León. Y al otro lado del Manzanal. De tanto cultivar nuestra rabia hacia Valladolid, no como ciudad, sino como centro de poder, nos han salido cataratas en los ojos y lo vemos todo borroso. Cada vez nos miramos más hacia el ombligo de un tiempo pasado que no volverá.

León ha perdido mucho por decisiones políticas y económicas o económicas y políticas del último medio siglo. Los precursores de la autonomía 18 como solución lanzan sus proclamas desde la calle El Pez de Madrid, la embajadina, y tratan de ponerle seriedad al tema por el artículo 143 mientras otros convierten la reivindicación en un histriónico semidesnudo en la plaza Mayor.

En este tiempo de estado autonómico nos hemos olvidado de cambiar la mirada de vez en cuando. Es chocante que, con todos los títulos que vamos acumulando, desde capital del viejo reino a cuna del parlamentarismo, ignoremos por completo del horizonte de aquel reino. Ni sabemos ni nos importa lo que pasa en Zamora o Salamanca y Extremadura es tierra tan extraña como Marte.

La desaparición del tren de la Vía de la Plata en los años 80 no nos ha ayudado. No sé si de haber continuado el ferrocarril del Oeste otro gallo cantaría. Porque tenemos una flamante autovía de la Plata y estaríamos completamente descononectados si no se hubiera inventado el Bla bla car. Las conexiones públicas son tan precarias que cuando las usas parece que te metes en el túnel del tiempo.

Cambiar la mirada, con afecto y con nuevas acciones, es un acto de rebeldía más grande que seguir gritando hasta el infinito. Puede que produzca un poco de tortícolis, pero se pasa.

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