El vermut
Me gustaría saber qué tienen mejor que hacer que acudir cada año a escuchar los principios de los Decreta. Estoy segura de que con la gran actividad cultural que hay en León tienen la agenda de los domingos totalmente repleta, pero no me trago que no saquen un hueco para acudir a la lectura de la Constitución con la que el Reino de León se adelantó a la Declaración de los Derechos del Hombre o a la Carta Magna de los Estados Unidos, como recordó Juan Pedro Aparicio. El mes que viene se cumplen diez años de la decisión de la ONU que nos convirtió en Memoria de la Humanidad después de que la decisión del rey Alfonso pusiera los pilares del parlamentarismo. Nunca antes ninguna nación, tribu o reino del mundo se había atrevido a tal osadía, el reconocimiento de derechos del pueblo que, por talante o necesidad, se fraguó en el recinto palatino de San Isidoro. Y, sin embargo, todos los políticos que se matan por salir en la foto de fiestas y romerías no aparecen nunca en el acto de la génesis del espíritu de León, en una demostración de lo que les importamos, y eso a pesar de que restan tres semanas para las elecciones que pondrán y quitarán sillones en ayuntamientos y Diputación.
Están a lo suyo, a contar mentiras y medias verdades para llegar al día D con menos vergüenza de la que se dejaron el domingo mientras tomaban el vermut en cualquier bar de la ciudad.
El nuevo abad también lleva lo suyo, no se crean, que por lo visto, y con la arrogancia del cargo recién estrenado impidió que el acto de los Decreta tocara el recinto por él gobernado, como si la basílica le perteneciera, con la soberbia de quien cree que lo espiritual hace limes con lo temporal.
Comienza la cuenta atrás de un bucle infernal en el que todos querrán demostrar que son quienes les gustaría, pero está en nuestra mano hacerles ver que son quienes han decidido ser.
Cada foto, cada declaración, cada una de las promesas que hagan tienen su reverso real en la desidia ante una efeméride que les recuerda que el poder lo tenemos nosotros.