Diario de León

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Debo de ser el único en esta tierra que no escribe poesía. Por supuesto, como todos, en mi juventud escribí una epopeyina para declararme a la que sería y es mi mujer. La llamé el Martaharata . Unos 100.000 versos en sánscrito. Cuando llevaba recitados los primeros 20.000 dio el sí quiero y me arrojó el sankar por la ventana, lo que me llevó a concluir que lo mío era la prosa. Pero León es, sí, tierra de poetas y el Ágora de la Poesía celebra sus primeros 10 años. Con esa edad, a un niño aun no le asoma la sombra del bigotillo; sin embargo, para una actividad cultural supone dejar el pantalón corto. El Ágora es un logro colectivo, pero la justicia poética obliga a ponerle nombre y apellidos: Ramiro Pinto. Me dijo días atrás: «Voy a citar eso tuyo de que no crees en la suerte, sino en el milagro». La primera depende solo del azar, pero el milagro se rige por leyes de causa y efecto, que tardan en revelar toda su misión. Cuántas personas se habrán sentido «salvadas» por la oportunidad de leer sus poemas en público, o de escuchar los de otros. Para celebrarlo, el Ayuntamiento respalda la edición de un libro con poemas o en prosa poética de sus 127 participantes. En la paradójica variedad de calidades está la esencia del Ágora, su condición de territorio plural donde «la poesía no compite, sino se comparte». Lo excelente y lo mejorable, lo innovador y lo manido, la óptimo y lo mediano… convertidos en intensa vivencia colectiva. Solo cabe felicitarles y felicitarnos.

Parafraseando el título de la película de Fesser, este es el milagro de R. Pinto . La bondad es verso libre, pero rima con autenticidad. Y cumplir la primera década nada tiene que ver con el celano «quien resiste, gana». Aquí no hay más resistencia que la del corazón, ni más trinchera que la poesía sin jerarquías ortodoxas.

Cualquier día me persono en el Agora y les recito mi Martaharata . Por supuesto, solo unos 15.000 o 20.000 versos, por aquello de» lo breve si breve….». «Uf, a ver si acaba en el Bernesga», me advertirá el agorero lector. No importa, sé nadar. Pero, por si acaso, seguiré con la prosa. Mejor no tentar a la suerte, ni al milagro de R. Pinto. Uno de Astorga casi terminó en el pilón, y recitó menos.

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