Las buenas compañías
Somos el resultado de las buenas compañías. Pero hoy quiero escribirles de otra acepción del término: como agrupación de actores y actrices. Ayer asistí a dos representaciones de teatro organizadas desde la concejalía de Mayores, pues mi mujer actuaba en una de ellas. No cabía un alfiler en el salón de actos del Ayuntamiento, en la calle Alfonso V. Lo sé, un grupo amateur que pone en escena una única obra y sola una vez, que no tiene previsto salir de gira por la provincia y seguir con bolos en New York, Pekín y Turulustán… no cabe de ser denominado compañía …pero lo es en otro sentido muy importante: durante el tiempo que estuvieron sobre el escenario nos impregnaron de su diversión. Les acompañamos y nos hicieron sentir acompañados. «¿No sería usted el pelmazo acompañante que no paró de hacer la ola»?, me preguntará algún capciosillo. No, el del tsunami fue otro cónyuge, pero me quede afónico de tanto gritar «¡La mía es la del plumero!» Permítaseme fardar de esto, ya que el Real Madrid no me dio motivos.
El grupo El Crucero representó «El oculista de la vista». El Padre Isla, «Éramos pocos y llegó…». Estuvieron sembrados, ambos. Durante meses he estado despidiendo a mi mujer con un «adiós, Meryl Street», y eran solo ensayos, desde ahora la saludaré con un «¿os han llamado ya de Broadway? Qué gran labor ha realizado con todas las participantes la directora, Carmen Cota. Felicitaciones a los dos equipos.
El buen humor es hidratante y todas salieron más lozanas. Cuántos nos hicieron reír con sus disparatados personajes. No pude evitar preguntarme por sus vidas, pues no todas son o habrán sido fáciles… pero una de las verdades más enigmáticas que la edad te van revelando es que puedes darle a los demás la alegría que tú no tienes. Por cierto, me chocó que no hubiese actores. ¿Dónde están nuestros Marlon Brando, acaso no hay leoneses desinhibidos? No importa, para eso se inventó el mostacho postizo. Mientras tenga memoria, el recuerdo de esta doble función me hará grata compañía, como el ángel que no nos desampara «»ni de noche, ni de día», de aquella oración de nuestra infancia. Ahora que tengo años encima para interpretar a galanes maduros lo mismo me apunto al próximo taller.