La redondez del cuadrado
En mis años estudiantiles tuve un magnífico profesor de Metafísica, muy joven, que en postura siempre reflexiva y de suma concentración, discurría por las esferas del ser, sus principios, propiedades y causas primeras ante la mirada atónita de aquellos jóvenes que lo admirábamos pero no éramos capaces de seguir aquel discurso para mí tan profundo. Recuerdo, y siempre me acompañará, que un día, apretando con sus dedos un lateral de la frente, como queriendo exprimirla, perdida su mirada en el techo, nos dijo: «Si llegáis a conocer el ser un día, quedaréis sobrecogidos». Se hizo un largo silencio y las miradas de los asistentes se cruzaron, atónitas y sorprendidas.
Se lo recordaba al profesor Cancelo hace unos años, pocos antes de su muerte. Y sonrió como siempre, con una sonrisa metafísica e impenetrable. Así me parecía, además de su bondad elegante, generosa y permanente. Si fuese hoy el encuentro, imposible, le preguntaría por la posibilidad de la redondez del cuadrado, que se me antoja, no sé por qué, más complicada aún que la cuadratura del círculo. Sólo parece necesario para la comprobación, metafísicamente imposible por supuesto, atender los vaivenes últimos electorales de la política, esa «actuación pública de pasiones privadas», como escribió Carlos Fuentes en La silla del águila, una reconocida novela de sátira política.
Con las consabidas excepciones, que las hay, naturalmente, el panorama abunda en sainetes impropios y bochornosos. El principal, sin duda, la instauración de la mentira como método y fórmula, capaz de sonrojar el más mínimo sentido de la vergüenza. Desprestigiar descarada y obscenamente las instituciones con el único fin de un posible rédito electoral es hoy otra muestra de irresponsabilidad. Como lo es el enfrentamiento, a veces feroz, entre distintas administraciones, que deberían valorar la armonía necesaria más que la chulería de quedar por encima de quien sea, actitud indigna de un país civilizado. Y no pasa nada: «El tiempo todo lo borra, pero también lo iguala y lo desfigura como si fuera un caleidoscopio infinito» (Julio Llamazares, Vagalume).
Habría que tomar medidas antes de que se desboquen los caballos. No sé cómo, no sé qué medidas, aunque se me ocurren algunas. Antes de que ciertos irresponsables conviertan el escenario en el reino de las artimañas.