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He leído que Martin Scorsese le da al cine ‘un nuevo latido’ en su última película. Su título traducido al castellano viene a ser algo así como Asesinos de la Flor de la Luna (Killers of the Flower Moon) y también he leído que el director de Taxi driver, de Toro salvaje y de Uno de los nuestros ‘ajusta cuentas con el pecado original’ de los Estados Unidos.

Killers of the Flower Moon dura tres horas y media y narra, efectivamente, uno de los episodios más vergonzosos de la historia de los Estados Unidos; el asesinato de los indios de la nación Osage en la Oklahoma de los años 20, cuando se descubrió petróleo en sus tierras.

Los que la han visto y escrito sobre ella dicen que la última película de Scorsese ‘tiene de entrada un ritmo lento, grave, duro, pesado, inolvidable’. Y eso en los tiempos del rulo de Tik Tok, donde cada día es más difícil retener la atención de los espectadores sin montajes vertiginosos, cambios de plano constantes, cámaras al hombro y un aluvión de imágenes espectaculares, casi es una revolución. Si parpadeas, te pierdes algo.

Intuyo que ese ritmo pausado es el mismo que imprime otro veterano del cine como Víctor Erice en su tercer largometraje de ficción en cincuenta años. El director de El espíritu de la colmena no rodaba un largo de ficción desde que en 1983 estrenó El Sur, inacabada adaptación de la novela de Adelaida García Morales, y acaba de presentar en el Festival de Cannes Cerrar los ojos . Aunque no ha estado presente el director, molesto con los programadores, la película ha recibido una larga y lenta ovación de siete minutos.

Víctor Erice es un director de atmósferas, un cineasta de culto y de tiempo lento, quizás el último genio del cine español. Y que haya vuelto a dirigir un largometraje de ficción es otro milagro.

Cerrar los ojos dura casi tres horas y dicen los que ya la han visto que Erice conmueve con su última película; ‘un virtuoso y profundo bucle cerca del prodigio’ que completa el círculo de El espíritu de la colmena. Aquellos ojos abiertos de la niña Ana Torrent en 1973 se contraponen ahora con los ojos que cierra el viejo José Coronado. Y sospecho que en ese intervalo de cincuenta años entre las dos películas Erice ha logrado detener el tiempo. Encerrarlo en un parpadeo. Aunque todavía no lo hayamos notado.