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Cuarenta mil votos no son tantos. Consiguieron casi 48.000 en las autonómicas y, con la mitad de mesas, 34.000 en las municipales. Así que, no, cuarenta mil no son tantos. Mucho menos es mucho. Mucho es el paro en las zonas mineras, que lo siguen siendo porque nadie generó nada que no fuera a garantizar el voto cautivo y generar la cultura de la corrupción. Cuarenta mil es poco si se compara con lo mucho que llevamos perdiendo población —casi desde los ochenta—, tanta que pasamos de cinco a cuatro diputados, ese parlamentario por el que ahora suspira el PSOE y que dejará fuera a Andrea Fernández si nadie lo remedia.

No es tanto. Son sólo 40.000 votos, menos de los que se tuvieron que ir, menos de los que forman la diáspora que regresa en Semana Santa y nos presta el recuerdo de una ciudad que ya no existe. Cuarenta mil son muchos votos a no ser que lo comparemos con el número de niños que llevan años sin nacer o con la cantidad de familias que la sempiterna crisis impedirá crear. Siempre en crisis, así que cuando piensen que 40.000 votos son demasiados, que ¡bah! ¡Para qué! —que es imposible conseguir el diputado— piensen en cuántos de los votos que sí dieron para enviar un representante a Madrid ha servido para algo más que hacer prevalecer la idea de que 40.000 es una cifra demasiado alta como para tenerla en cuenta.

Cuarenta mil, apenas cuatro veces la población de Astorga, la que un día llegó a tener casi un 50% más y hasta un presidente ¡qué tiempos! Cuarenta mil personas, dos veces 20.000 votantes para que la voz de León se escuche en el Congreso y quién sabe si en el Senado, esa cámara de representación territorial que impide que uno de los guiones que construyó la historia de España pueda existir. Son sólo 40.000, como los días de un centenario, de todos los centenarios de León que han llegado hasta aquí para demostrar que se puede. Tengo un amigo que dice que tenemos la conciencia del derrotado, que por eso pensamos que todo está perdido de antemano. No es por insistir pero a veces hay que molestar.