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Franco tuvo que esperar hasta 1959 para atiborrar de muerte Cuelgamuros. La espera fueron los 18 años de trabajos forzados para convertir un valle en la mayor fosa común de España. No puede llamarse de los caídos porque nadie cayó por España sino por un golpe de Estado que provocó la guerra fratricida en la que todos perdieron.

En la cripta reposan casi 34.000 ‘huéspedes’, pero la identidad de muchos de ellos es un misterios Los cuerpos republicanos llegaron ‘con nocturnidad y alevosía’, sin avisar a las familias, introduciéndoles en camiones y sin registros de entrada.

Conocemos el nombre de 20 leoneses: Enrique de Celis Díez, Ramón Mosquera Pal, Miguel Vázquez Pousada, Julio García Rouco, Antonio Cortiña Otero, José Pernas Reigosa, Ildefonso Álvarez Díez, José González López, Manuel Menéndez González, Raimundo Vilar Lombardero, Laureano Prado Pérez. Mateo Sánchez Tejerina, Francisco Espino Pérez, Daniel Avelaira Castro, Jaime Álvarez Fernández, José Berrocal Carlier, Licinio Pérez Martínez, Eduardo Fierro Prieto, Valentín Porras González y Juan Sancho Burriel. Todos ellos son muertos del bando sublevado, según consta en los libros de inhumaciones.

Sin embargo, no hay ni rastro de las víctimas republicanas porque en su gran mayoría salieron de fosas comunes. Arrojados al tercer nivel de la cripta, allí se mezclan nada menos que 12.410 cuerpos sin identificar, despojos de los vencidos a los que ni siquiera se permitió el derecho a reivindicarse para el sufrimiento de sus familiares.

Ahora, a un mes de las elecciones comienzan los trabajos para reintegrarlos a la dignidad arrebatada. No estaría de más que Alberto Núñez Feijóo se comprometiera a continuar el mandato de la Ley de Memoria para devolver a sus propietarios los vestigios de la humanidad robada. No es ideología. Es una deuda con España. Porque aquí no hay soldados desconocidos sino víctimas pisoteadas a las que incluso se ha negado la identidad.

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