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Lo escribo aquí menudo: salvo dos o tres cosillas, ya no me asombra nada. Pero necesito recordármelo, por si acaso. ¿Me asombraría que me seleccionasen para representar a España en Eurovisión, aunque no les hayas mandado el currículo y solo cante en ducha? Ni ápice. Los han elegido peores, luego asombrarme tampoco. A todo se acostumbra uno, y a lo que te acostumbras ya no te asombra. La mañana del sábado me dirigía a una cita con un amigo, en una terraza del Barrio Húmedo, cuando me crucé con un grupo de chicas uniformadas que caminaban cantando con un pene de plástico en la frente. ¿Me asombró? No, simplemente, pensé: «Cada vez echan más química a las chuches». Ni siquiera barajé que habíamos sido invadidos por marcianas. Tan solo, celebraban una despedida de soltera. El disfraz no era quizá el que hubiesen escogido sus madres, pero al final, seguro que terminaron cantando como hicieron en su día sus yayas: «arriba, abajo, a mi novio le he visto el refajo». Casi nada nuevo bajo el sol. Una vez sentados en la terraza, vi venir hacia nosotros un desfile de la Legio VII. ¿Asombroso? Quia. Y eso que por su aspecto desenfadado parecía que iban a cantar una de Rafaela Carrá o que estaban buscando una pizzería. Ya admití al principio que salvo dos o tres cosillas ya no me asombra nada. No me inmuté, ni siquiera antes de saber que eran actores de recreación histórica, con los que la concejalía de Cultura conmemora la llegada de la Legio VII Gemina. Me limité a corear: «¡Viva Claudia Cardinalus!». ¿Qué hay de asombroso en ello? Soy cinéfilo.

Abascal ha propuesto recuperar el servicio militar, aunque sea de un mes y voluntario. ¿Asombroso? Lo habría sido si la ocurrencia hubiera partido de mí, pues me licencié de artillero sin haber aprendido a llevar el paso. Un caso.

Pero sí, aún hay dos o tres cosillas que aún me siguen asombrando. La primera de todas, el corazón humano. Qué paisaje los suyos y tan distintos, qué variedad de climas y de historias contiene. Cuánto sabe y que poco alardea. Y nunca cierra, siempre está, con sus luces encendidas, por si se le necesita. Encaja golpes en silencio, sonríe incluso cuando llora. ¿Hay algo más asombroso y asombrado que nuestro propio corazón?