Diario de León

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Cuentan que a una señora muy enseñorada, iniciándose un vuelo transatlántico, le tocó su asiento al lado de un hombre negro. Sorprendida e indignada, exigió a la azafata poder cambiarse de sitio porque no resistiría tanto tiempo sentada junto a un tipo así. La azafata le explicó que el vuelo estaba totalmente lleno, pero la señora recreció sus exigencias altaneras y altisonantes, tranquilizándola la azafata con que iría a revisar la clase business por si allí restara algún asiento vacío. Hubo murmullo de perplejidad entre los atónitos pasajeros, era una escena incómoda y humillante, mientras la señora parecía satisfecha esperando una feliz solución a su reclamación. Pocos minutos después regresó la azafata para informar a la reclamante: «mire, disculpe usted, efectivamente el vuelo va lleno, pero afortunadamente hemos encontrado un asiento vacío en primera clase y, como para hacer este cambio hay que pedir permiso al comandante de vuelo, éste ha dado autorización para hacerlo, añadiendo que, por supuesto, a nadie se le puede obligar a viajar al lado de una persona desagradable». La señora, con cara de triunfo y divina justicia, hizo ademán de levantarse y abandonar su asiento, pero la azafata la contuvo, dirigiéndose entonces al hombre negro: «señor, ¿sería usted tan amable de acompañarme a su nuevo asiento?». Y el pasaje tributó una ovación a la azafata. Así concluía el suceso que leí en un almanaque. Y si no fuera del todo verdadero,  è ben trovato .

Las anécdotas de avión ya no son menos que las del tren que tanta literatura ha parido. Las hay inverosímiles, como la de aquella azafata de Iberia (lo contó en la  Ser  dando su nombre para que no hubiera dudas de su veracidad) en cuyo vuelo viajaba el matrimonio  Samaranch . Se dirigió a él ofreciéndole sus servicios y el olímpico se pidió bebida. Acto seguido lo hizo con su mujer, Bibí, pero ella no contestó; insistió en la pregunta, y nada, mutismo total, dirigiéndose entonces Samaranch a la azafata para justificar el silencio de su señora, «discúlpela usted, pero es que mi mujer no habla con el servicio».

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