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Si no recuerdo mal, fue Marx quien habló de «la necesidad de traer a los oprimidos el consuelo de una profecía». Toda profecía significa esto: la existencia de una masa tiranizada que precisa imperiosamente el alivio de una esperanza, por irrealizable que parezca. Eso son las utopías, que tienen más valor historiográfico por la opresión que delatan que por el modelo imposible de mundo que postulan.

Los que hicimos la mili en Historia, en cuanto un político populista pronuncia el primer «más nación» ahí vemos detrás no el aliento de Trump sino los tanques que entraron en Polonia por sorpresa. Cuando otro, no menos populista, habla de conquistar el cielo y enuncia su particular «todo por los parias», lo que se nos viene a la cabeza no es una denuncia por plagio al Duque de Ahumada sino los gulags de Siberia. Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Y ya se sabe por el poeta que es como la morcilla y está hecha de sangre.

A la utopía leonesista, como la utopía de género que tanto nos han promovido desde el ministerio de coalición, yo les encuentro el mismo defecto. Es decir: sé a lo que se oponen, pero no aquello que propugnan. Son, por lo tanto, reaccionarias, porque saben lo que rechazan pero no tienen ni idea de con qué sustituirlo, o se lo callan. Del leonesismo conocemos que desea separarse de Castilla y una autonomía propia, pero a partir de ahí comienza una extraña danza donde las parejas lo mismo se acercan que se evitan en su girar noctámbulo sobre la pista de baile de la política. No, no es que no se sepa hacia qué lado carga o de qué pie ideológico cojea el leonesismo, que cuando se pone en el modo bisagra gira para los dos lados, sino que lo mismo defiende una autonomía inclusiva del viejo Reino de León con Zamora y Salamanca, que postula el uniprovincialismo del buey solo bien se lame.

Lo primero que debe afrontar el nuevo leonesismo, para no quedarse en una consoladora profecía, es aclarar el plan, porque votar a un «ya veremos» se ha demostrado una estrategia nefasta, capaz de atraer un voto de «reacción» pero no uno de progreso, entendiendo por ello un programa que enuncie con claridad hacia dónde pretenden que se vaya.