Diario de León

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El martes pasado, mientras desayunaba —cinco de la madrugada— leí un whatapp que me había entrado muy avanzada la noche. Mi amigo Javier Tascón me informaba del fallecimiento de su madre. Fui al tanatorio y luego a la misa. La muerte de tus padres te hace definitivamente adulto, diga lo que diga tu DNI sobre la fecha de nacimiento. Mientras ellos viven hay alguien que sabe quién eres realmente. Los buenos hijos habitan siempre en la inocencia de la infancia, y Javier lo ha sido… y, por tanto, lo es y lo será. Dime, ¿de quién o de quiénes recibiste tu don del buen humor? Al terminar la ceremonia religiosa regresé paseando con un amigo suyo, bajo una tenue lluvia. Me dijo: «mi padre se sabía pasajes enteros de memoria del Quijote », y me citó algunos. Ah, la presencia invisible. Con la muerte de los progenitores se inicia nuestra verdadera comprensión de ellos, y quizá también de nosotros mismos. Esa mañana del martes, un mensaje de voz de mi querida Sirina me informaba del fallecimiento del arquitecto Miguel Martín Granizo. Con unas horas de diferencia, regresé al tanatorio. Los nombres cambian, pero la balada es la misma. Por ello, acompañar a otros en el adiós no es mero formulismo, sino proclamación de nuestras propias deudas de amor. Regresé a casa. Mi hermana Almudena, quien vive desde hace mucho en Estados Unidos, pasa unos días con nosotros. Hablamos mucho de papá y de mamá, les añoramos. El martes la vida parecía querer contarme con un microrrelato su propia historia.

Por la tarde, asistí a la presentación de la antología de poemas del sacerdote Máximo Gómez Rascón: Sillares de cristal (Mariposa), en el ILC. Tiene ya 82 años y fue un niño huérfano. Me lo dijo un canónigo que tenía a mi lado. Y algo me encajó acerca de la bondad que proyecta. Gran labor de Antonio Manilla, su antologista. Maravilloso libro inesperado, que cerró tan intenso día, de enigmática belleza y paz interior… pese a todo.

Hijos buenos diciendo adiós a sus buenos padres. Sí, el nombre cambia, pero la balada es la misma. Es la sinfonía de la inocencia que permanece, aunque nuestro pelo haya encanecido. Supieron quienes éramos, nosotros vamos descubriendo quiénes eran ellos.... una vez han partido.

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