Disfruten lo votado
La superioridad moral hace fortuna en épocas como estas, cuando los votantes nos sentamos a ver pasar el cadáver de nuestras papeletas camino de la inhumación bajo la mesa de los pactos de gobierno. Nadie entendería que diesen su apoyo , formulado así a portagayola, se abre como muletilla lista para los dos capotazos que colocan al morlaco en dirección al chiquero de la opinión correcta, mientras se busca condicionar las decisiones para que cuadren con las simpatías, los intereses o los prejuicios. El latiguillo ha servido para fustigar estos días los múltiples encames políticos con los que se han cuadrado las gobernabilidades de los ayuntamientos. En ese tálamo, dos más dos no suman cuatro, sino que suelen alcanzar cinco porque llevan aparejado de propina un sueldo a media jornada para un concejal en minoría por su apoyo desinteresado para revolcar al ganado; un ajuste de cuentas dentro del mismo partido, después de que el alcalde negara un favor a la familia y hubiera que buscar refugio en otras siglas para que lo arreglen; una dispensa para mejorar las condiciones de trabajo en el consistorio de al lado, donde se cobra la nómina de manera puntual sin pisar mucho por allí; o una venganza en la que saldar el odio arrastrado por las pequeñas miserias que maceran en los arcones de los pueblos. Entenderse, lo llaman, para evitar que se hable de precio.
Los ingredientes básicos de la condición humana salpimentan los pactos. La ley de la oferta y la demanda empuja la cotización del poder por encima de los indicadores del IPC de los alimentos y la hostelería. Hay acuerdos de gobierno que cobijan comunidades de bienes en las que el negocio de los próximos cuatro años supera el rendimiento de los valores que despuntan en la bolsa. Sólo hay que advertir quién invierte siempre en esos activos que alimentan el funcionamiento ordinario de los partidos: esos alrededores en los que gravitan los contratos de servicios, los encargos de planos al estudio afín, las adjudicaciones de obras y mantenimientos, las externalizaciones imaginativas de espacios verdes, las compras recurrentes, la ventanilla única empresarial en la que sacar vez para hacer caja. Su importancia trasciende a los pactos puntuales en un pueblo; está un escalón por encima.
No se equivocaron ustedes. Disfruten lo votado, aunque no fuera esto.