Diario de León

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Pocas instituciones como la Iglesia pueden mostrar mayor colección de pleitos, conciliábulos, capillismos, cabildeos, intrigas, conspiraciones y hasta luchas sangrientas por el poder o por los privilegios. En sus veinte siglos de historia caben cien cismas, mil guerras, diez mil si son batallas diocesanas y un millón si entran en liza parroquias, arciprestazgos, congregaciones o abadías (monjas aparte, también con lo suyo). Algunas guerras fueron ruidosas y voceadas, pero la inmensa mayoría suelen ser sigilosas por lo astutas y sibilinas por lo maniqueas. En esa Casa Nostra gobierna el inter nos. La cautela vaticana suele huir del escándalo, estrategia de empresa que le ha permitido sobrevivir casi indemne a los tiempos, tantas veces agitados y, por qué no decirlo, encabronados.

Concluyó este introito Peláez con que no ha sido el caso aquí, esfumado el sigilo y con final ruidoso de batallita escondida tras conocerse la guerra sorda en el cabildo catedralicio (obispo mediante) que dio como resultado el cese ayer del organista titular, un joven cura de la diócesis granadina de Guadix que ha replicado con una durísima carta despachándose a gusto, es decir, a disgusto, muy a disgusto y «humillado», dice, hasta poner la palabra sacerdotes entre interrogantes al referirse a miembros del cabildo cautivos de la influencia de Samuel Rubio, anterior organista, al que acusa de intrigante -«se ha salido con la suya», insiste- y sembrando sospechas en las cuentas de sus festivales de órgano. Nada ejemplar fue la gresca, pues el organista denuncia incluso habérsele expulsado violentamente de la reunión del cabildo que acordó su cese, algo que habría resumido irónicamente Carlos Bernal, entrañable colega y amigo en este periódico en los 70, que entró un día en la redacción exclamando (alguna cervecita le ayudó) ¡noticia fresca, noticia fresca: iban por la calle Ancha abajo dos jesucristos borrachos dándose de hostias con las cruces! ... y Marcos Oteruelo puso tal cara de espanto, que no le salió siquiera el reproche, viendo también que nos había hecho alguna gracia tamaña burrada.

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