Diario de León

Alfonso García

Si yo te contara…

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Los pliegues casi infinitos de la condición humana esconden un muestrario extenso de emociones, sensaciones, sueños, trampas, frustraciones, miradas…Todo un mundo que se fragua en nuestro interior. Con frecuencia no nos damos cuenta de que no tenemos una bolsa de tiempo ahorrado y lo perdemos en provocar sospechas y sugerir maledicencias. Como si los puntos suspensivos encerrasen toda la argumentación que las palabras no son capaces de sustentar. Explicitar con precisión es fórmula eficaz para el entendimiento. No dejar en el aire la intriga que a saber qué vientos la llevan a no se sabe dónde. La intriga sobre las teóricas conductas ajenas muestra casi siempre la forma de actuar de los débiles, que suelen carecer de razones en tales casos y, desde luego, de valor para verbalizarlas. Piensan que el daño se ejecuta mediante lo que ellos consideran tirar una piedrecita sin destino para que lo adivine el interesado, que ese es otro asunto de menor calado. Quienes entran en este círculo entran en el ámbito de los pobres de corazón, tan bíblico pero tan preciso.

Hanno Sauer, filósofo y profesor en la universidad de Utrech, escribe en su reciente libro La invención del bien y del mal que “inventar la ética fue tan importante como el fuego”. Por costumbre y cotidiano no valoramos ya este, por condición devaluamos con frecuencia la primera. Solo así se explica la actitud sibilina que algunos mantienen de la sospecha sin fundamento, o con muy poco fundamento, al abrir los pliegues que generan un estado de desconfianza hacia alguien. Las campañas políticas son un claro ejemplo de esta actitud, lo que permite pensar que a veces jugamos con el crédito de las personas con una ligereza que asusta. En la política y también, quizá sobre todo, en la vida.

De la sospecha a la maledicencia hay un paso, muy bien resumido en esta frase tan habitual, de naturaleza indirecta muy directa y mezquina:

—Si yo te contara…

—Cuenta, cuenta —le dice el interlocutor.

—Un día tomando un café…

—Ya tenemos trescientos cincuenta cafés pendientes…

Sembrar difamación de tal calado es fórmula de dudosa eficacia que pretende poner en entredicho a las personas. Lean, si lo estiman, Las paredes oyen, de Juan Ruiz de Alarcón. Las viejas costumbres no se anquilosan, pero empobrecen. Más aún al que sugiere sospecha para hacer daño. A veces lo consigue. La duda siempre rotura caminos imprevistos.

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