La pedantoteca de Pereira
Los recortes, las fotos, las reseñas… cuando a Antonio Pereira le entraban ganas de meterse «una panzada de melancolía» para sobrellevar la vejez, decía, le echaba un vistazo a su ‘pedantoteca’, así llamaba a esas carpetas donde almacenaba los retales de una vida en los periódicos.
Me pregunto qué pensaría Pereira si leyera todo lo que se está escribiendo de él estas semanas, todo lo que se dice de él en la radio, en la televisión más cercana. Quizá le empacharía tanta unanimidad. O quizá no. Quizá le ayudaría a sobrellevar su ausencia.
Me pregunto también qué pensaría Pereira al ver a su amigo Antonio Gamoneda llegando a la última Fiesta de la Poesía de la mano de Amancio Prada, igual que le llevó a él en una ocasión hace casi 20 años.
—¿Cómo estás? —le preguntaron el domingo a Gamoneda dos veces.
—Viejo —respondió las dos.
Y luego habló Gamoneda de su «ancianidad», de cómo los poetas más jóvenes le habían ayudado a subir al escenario. Y por eso, dijo, sigue existiendo la poesía, porque hay relevo. No vio Gamoneda, sentado en una silla plegable mientras hablaba despacio, como si le pesaran las palabras, que era el más joven de todos y quizá también el de más talento, Mario Obrero, el que evitaba que el cartel de Pereira que le acompañaba en el templete metálico se viniera abajo en un repentino golpe de viento; como si el propio autor de ‘Meteoros’ hubiera dado un manotazo y dijera «todavía estoy aquí».
Y todavía está entre nosotros, quién lo duda, más allá de la estatua de bronce que desde el domingo ocupa un banco en el jardín de La Alameda de Villafranca del Bierzo. Está con nosotros porque lo seguimos leyendo.
Decía su amigo Juan Carlos Mestre el domingo que «todo lo que existe fue una vez imaginado». Y que «aquello que perdura lo fundan los poetas». Por eso el Pereira que perdurará no es una estatua de bronce, no es un recorte de periódico en una carpeta. Es un libro abierto.