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Editorial | Alerta frente a los riesgos de la Democracia

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La convivencia democrática y en paz no está exenta de amenazas. La caída del muro de Berlín había sumido al mundo en algo parecido a una sensación de final de los tiempos, de llegada a una meta que incluía la evaporación de los problemas. Pero lo cierto es que el siglo XXI arranca generando nuevos rebrotes de conflictos sobradamente conocidos. Así se pone de manifiesto en la Declaración de León, aprobada ayer, que denuncia el auge del extremismo y del populismo, de los nacionalismos, del proteccionismo, de la polarización extrema y, en general, la emergencia del autoritarismo.

El valor de este documento es que se ha elaborado para poner en claro unos conflictos que están en las páginas de la prensa cada día, en los debates de la sociedad y en el trabajo de los parlamentos. Pero hace falta ser precisos y contundentes denunciando a quienes buscan desequilibrar un sistema, como es el democrático, que puede plantear sombras, pero que se ha comprobado que es la fuente fundamental para avanzar hacia una sociedad estable, con libertades para todos y con opciones reales de desarrollo en todos los órdenes, incluso para garantizar los derechos económicos de los ciudadanos.

León puede y debe presumir desde ya de ser la cuna de un documento histórico. Que debe convertirse en el punto de partida para el trabajo en los organismos internacionales, en el día a día de la elaboración de los cuerpos legislativos por parte de los parlamentos y para la defensa de todas las libertades y derechos para todos y cada uno de los ciudadanos.

El claustro de San Isidoro, 835 años después de la Curia Regia de la que surgieron los Decreta, acogió a un monarca (Felipe VI) liderando el diseño de una declaración que desde ya se merece un hueco en la historia del Parlamentarismo y la Democracia. Como lo tiene ya aquella iniciativa de 1188 de Alfonso IX.