Julio enardecido
Los meteorólogos, que trazan a brochazo rápido de gestos cada día los caprichos del tiempo sobre los mapas, anuncian que este mes recién estrenado será muy caluroso. Al calor meteorológico se unirá sin duda el político, que amenaza incluso con llenar las playas de pasquines y altavoces, de candidatos en bañador o bikini con los colores del partido repartiendo hojitas llenas de nada o folletos borrosos, sin apenas condimento. Insípidos. Julio enardecido, porque, como escribe Hanno Sauer, «cualquier problema que se politice se vuelve más difícil de solucionar, porque ya no se puede debatir racionalmente». Y es que el calor agobia, hasta el punto de pensar, como Emilio Gancedo en su precioso Barrio húmedo: «Que no hagas caso de tanto vendehúmos y de tanto tontalán como anda por ahí, predicando en cualquier esquina. Porque esa gente dice entender cómo funciona el mundo y eso es mucho aspirar…».
Julio enardecido. Pero, por favor, no fomenten más ningún calentamiento, con esa triste forma de entender la democracia, que pretende, oh ingenuidad de los argumentarios infantiles, crear una sociedad de tontos polarizados. Las victorias no son con frecuencia ni absolutas ni eternas, de donde fácilmente se deduce que soberbias y triunfalismos son siempre un riesgo. Lleguen sin insultos, sin mentiras, sin promesas imposibles, sin alardes propios ni desprecios ajenos. Que ya conocemos tantas caras interesadas —cuántas pelas mueven las listas, aun las teóricamente más desprendidas— y repetidas como los álbumes de cromos envejecidos. El triunfo no está en el intento barriobajero de la destrucción de los otros. Para insultones, faltones y mentirosos habría de crearse un código de higiene democrática, con o sin pulsera detectora, que los pusiese de patitas en la calle. Este país necesita la mesura como norma de convivencia entre pares y dispares.
Vengan, por favor, con la sombrilla que ampare, que cobije, que proteja la sesera propia y ajena. Que es lo mismo que pedirles que lleguen sin ruidos, sin el recurso a lo soez y lo disparatado, con argumentos y propuestas entendibles y posibles. La elegancia, la educación y el tono nunca deberán ser ajenos a la política. Estaríamos hablando de otra cosa.