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Se habían recibido 75 poemarios, desde 16 países, pero ninguno de ellos con la calidad para ganar el certamen de Poesía Joven, convocado por la Fundación MonteLeón. El prestigio del jurado es ya un premio en sí mismo: Gamoneda, Mestre y Sánchez Santiago, con Rafael Saravia como secretario. La decisión de declararlo desierto fue unánime. No he escrito nunca poesía, salvo rimas traviesas en el colegio, pero he sido jurado en otra clase de certámenes. Serlo es una gran responsabilidad, si se desempeña con rigor. Todavía abochorna que una edición del González de Lama quedase desierta habiendo presentado un poemario Leopoldo María Panero. Ahora, en efecto, la profesionalidad del jurado es incuestionable. De oro. Valga la paradoja, no todos los poemarios llevan dentro poesía; esta es logro, no etiqueta. En su acta, el jurado dictaminó que ninguna de las obras tenía «relevancia». La edad tope de admisión era los 33 años. En poesía encontramos obras maestras tempranas, y un caso extremo lo fue Rimbaud, a quien Hugo denominó «el Shakespeare niño». Más infrecuente es la maestría en una primera novela, pero ahí está Nada , de Carmen Laforet, escrita a los 23 años. Y Truman Capote contó, en los últimos años de su vida, que la madurez literaria de su primera novela Otras voces, otros ámbitos era la consecuencia de una infancia y una adolescencia ejercitándose en la narración. ¿No habría sido mejor emplear la sabiduría del jurado en que impartieran una lección magistral sobre paciencia?

Si un poeta lleva dentro «relevancia» esta irrumpirá, pero cada una necesita su tiempo para la revelación. No lo confundamos con fama. La primera película de Welles era una obra maestra; la primera novela de Cervantes, no. Esto es misterioso, pero nada tiene que ver con la suerte.

Soy un juglar de columnas y nada sé de poesía, aunque aspiro a que esto mío tenga cierto ritmo latente y transmita un espejismo de facilidad. Lograr además relevancia me parecen palabras mayores, propias de periódicos nacionales. Usted habrá tardado 5 minutos en leerme, pero durante esos 300 segundos quizá me haya sentido su amigo. Lo somos. El único premio al que aspiro es a reencontrarnos el próximo viernes, otros cinco minutos.