Diario de León

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Está siendo extraña esta campaña electoral. La innovación propagandística se sacude los besos de los partidarios y los abrazos a los niños y toma aséptica distancia física con el simpatizante o futuro votante para zambullirse en el metaverso de los medios y las redes. Muerto el mitin, diseccionados los escenarios en los que los líderes se manifiestan en carne viva (alguien tendrá que explicar por qué Núñez Feijóo pasó horas y noche en León y pasó también de apoyar, aunque fuera con una foto de compromiso, a sus candidatos en la provincia), se ofrece al respetable una panoplia de apariciones pergeñadas con fina estrategia y resultados discutibles. Todo cuidadosamente enlatado.

Hasta los discursos. En los debates, a dos o a siete, a lo que venga, se ha aburrido al personal con más ajustes de cuentas que propuestas de futuro. La teatralidad de las confrontaciones ha tenido más el tinte de los duelos a florete que de lo que el paisanaje está desando saber: qué, cómo, cuándo y con qué fondos pretende diseñar cada alternativa de gobierno el encorsetado escenario que se nos presenta a futuro, se ponga quien se ponga al frente de la nave.

Los debates, la campaña en general, cuentan además con el adoctrinamiento por parte de la clá de cada uno. El presunto análisis en radicalización creciente con el que cada cual reafirma sus prejuicios con preocupantes orejeras. Un proceso de ‘hooliganismo’ que sobresalta incluso a los fieles de cualquiera de las causas. Escuchas a los supuestamente más afines y dan ganas de gritar: «Al suelo, que vienen los nuestros». Terrible. Miope. Empobrecedor hasta el límite.

Y, lo más preocupante, seguimos sin saber qué se pretende hacer en realidad con la confianza que los españoles depositen en quien sea. Apenas unas pinceladas populistas que no explican lo fundamental: quién y cómo va a pagar cada ronda. No, eso que anuncian como gratis no lo es. Simplemente, lo pagan otros. Y es insoportable (e inaceptable) la levedad con la que los futuribles diseñan políticas que saben que no pueden costear, sencillamente porque es imposible.

Como censuró Milan Kundera, todo en este mundo está perdonado de antemano, y por tanto todo cínicamente permitido. Esa es la centrifugadora de la irresponsabilidad, la justificación de los desmanes sin consecuencias. Si somos vacas mirando al tren o no, en una semana lo diseñaremos. Y a partir de ahí...

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