Del púlpito a la calle
Las personas son el sustento esencial de las instituciones, por muy sagradas que estas sean. Cierta oleada de descrédito que sobre ellas se cierne no tiene en cuenta esta consideración, pensando más bien en atribuirles una condición de ente abstracto o ajeno. Nada más lejos de la realidad. Las instituciones son buenas en general, pero su funcionamiento depende de las personas, que, sin embargo, tienen en ellas una presencia más o menos fugaz. Las instituciones, especialmente las más asentadas en la sociedad por diversas razones y trayectorias, permanecen, no así quienes las conforman. Ley de vida, que diría el clásico.
A lo largo de la historia algunas de las instituciones más arraigadas han sido las religiosas, buena parte de las cuales desaparecieron lógicamente con la desaparición de las culturas que las sustentaban. Solo haría falta pensar, por poner algún ejemplo, en Egipto o Grecia. La iglesia católica, sin embargo, ha mantenido una linealidad histórica que, a pesar de multitud de crisis y altibajos, le ha permitido llegar hasta nuestros días. No hablamos de sus actuales fortalezas o debilidades. Entre estas, localizadas en estos tiempos y en la diócesis de León, la que azota al cabildo catedralicio, de la que este periódico nos ha mantenido informados.
«Son envidias, artimañas; en la iglesia católica están acostumbrados a tratar todo dentro, a ocultar a los traidores, que nadie se entere… y a veces hay que airear algo, o toda la mugre se queda dentro». Son palabras del sacerdote Francisco Javier Jiménez Martínez, hasta hace bien poco organista titular de la catedral. La guerra ha comenzado, con nombres propios y gruesas acusaciones. No sé quien tenga o no razón, ni entro en justicias divinas ni humanas. Lo que sí es cierto es que han abierto las puertas de las denuncias, los apoyos a uno y otro bando, los señalamientos, la incorporación de colectivos defensores o acusadores, la rabia humana vestida de sotana.,. Todo un espectáculo, en definitiva. La iglesia ha bajado del púlpito a la calle, una vez más, con más virulencia si cabe. Poco edificante y atractiva, en cualquier caso. Las prédicas tienen estos inconvenientes de disociación de actitudes. La filosofía callejera acudirá seguramente a eso de que si el cura anda a peces, a qué andarán los feligreses. Es un decir.