Nuestro Francisco Ibáñez
Cosquillas familiares aparte, Francisco Ibáñez fue de los primeros en hacernos reír. Con sus personajes, reía el niño lumbreras, ese que sabía dónde queda el esternocleidomastoideo, como el menos estudioso, aquel que pensaba que el Tajo es cada una de las partes en los que se divide una naranja. Quizá la única diferencia entre leerlos y no leerlos venía impuesta por el tener o no tener, que como decía la abuela de Sancho son los dos únicos linajes. Nos los intercambiábamos, una vez leídos. Pero sí, los tebeos son la prehistoria disfrutona de muchos de nosotros. Cada uno tenemos gags preferidos de Ibáñez, uno de los míos es cuando Mortadelo en su examen de ingreso en la TIA a la pregunta de las partes de la pistola contesta: “canuto, bala y peroné”. Tuvo que ir a la repesca, como menda más de un septiembre. En fin, solo lo mejor de lo que nos divierte de chavales sobrevive al mundo adulto. Dicho gag me ha acompañado, y hará cincuenta años que no he vuelto a leer aquella historieta. La de Mortadelo fue respuesta que uno mismo hubiese podido dar, de haberme dejado la chuleta en casa. Todo menos haber dejado la pregunta en blanco, ya saben, de suspender que sea a lo grande. Gatillo lo hubieses respondido cualquiera. Y es que no todas nuestras risas son iguales, de niño o de adulto; en algunas, nos revelamos y nos rebelamos. Aquellas risotadas decían mucho no solo de quienes éramos entonces, también de la persona mayor podríamos ser si no traicionábamos el humor que llevábamos dentro. ¿Queda hoy algo del crío que se tronchó con el examen de ingreso de Mortadelo? Del canuto y la bala, poco; pero el peroné aún sigue más o menos ahí, ¿no? Uf. Vale.
Traten de encontrar una fotografía en la que Ibáñez no aparezca sonriente, a mí me ha sido imposible hallarla. Uno ya tiene su edad y sabe que en esto del humor nada es tan sencillo. No quiero decir que la procesión vaya por dentro, sino que todo es misterioso y sagrado.
Gracias, Ibáñez, en nombre del crío que fuimos y de la parte de él que sobrevivió al naufragio. Muchos ya no leemos tebeos, pero cuando alguien o algo nos hace hoy reír un destello de infancia regresa a nuestro corazón, en el que siempre hemos llevado y llevaremos a nuestro Ibáñez.