Diario de León

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'Ver de lejos me da igual, mi mundo es de cerca’, me cuentan que le dijo Antonio Pereira al cirujano que le operó de cataratas cuando el médico le anunció que le quitaría la presbicia y la miopía con la misma intervención y ya nunca volvería a usar gafas. Y el autor de Una ventana a la carretera , toda una vida viendo el mundo a través de unas lentes, le pidió al doctor que le dejara ‘un poco de miopía’ porque sin gafas no se reconocía en el espejo.

Las gafas eran una seña de identidad para Pereira. Tanto es así que durante el rodaje de El Filandón, aquella película de los años ochenta donde aparecieron otros maestros de la narración oral como Julio Llamazares, José María Merino, Luis Mateo Díez y Pedro Trapiello, Antonio Pereira fue el único que no accedió a quitarse las gafas, a pesar de que el director, Chema Sarmiento, les advirtió de que las lentes podía atrapar el reflejo de algún foco y distorsionar sus rostros.

Pereira no se entiende sin sus gafas. Aquellas gafas de pasta y lentes gruesas con las que aparece en El Filandón . Un poco más refinadas en sus últimos años, antes de su operación de cataratas.

Por eso duele que a la estatua que le recuerda en un banco del jardín de La Alameda en Villafranca del Bierzo le hayan durado las gafas dos semanas. No se sabe si ha sido un vándalo o un gamberro, como le ha ocurrido a la estatua de Woody Allen en Oviedo; alguien que en un descuido se ha apoyado donde no debía—acostumbrados como estamos a tocarlo todo— o si han sido unos críos en medio de algún juego —los niños siempre se divierten con las estatuas de los escritores y si no pregúntele a la de Álvaro Cunqueiro en Mondoñedo— los que le han arrancado las gafas a la escultura.

Las gafas no están perdidas. Aparecieron en el suelo. Así que la fundición que reprodujo el diseño en tres dimensiones del escritor las volverá a soldar a la cabeza de bronce y quizá para las Fiestas del Cristo de Villafranca del Bierzo, el poeta que veía el mundo de cerca pero escribía de los meteoros que se desplazan por el cielo, recupere aquello que le falta. Aquello que le hacía sentir quién era.

Será la única forma de que Antonio Pereira vuelva a sentarse en La Alameda, en el banco sombreado que ahora ocupa un extraño.

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