Una democracia incompleta
Escribo esta columna horas antes de que se cierren los colegios electorales con la duda, creo que compartida, de qué va a pasar el 24-J, digan lo que digan las encuestas antes del 23-J o al pie de las urnas. Así que prefiero mirar al futuro que al presente. Y lo que veo es que tenemos una democracia incompleta, a reforzar. Me parece grave que el futuro pueda estar en manos de Vox, como me parece igual o más grave que esté en manos de Sumar, que es la unión de quince partidos, a los que habría que sumar ineludiblemente a ERC, Bildu, Junts per Cat o el PNV. Tenemos una democracia incompleta, con graves fallos estructurales que, gobierne quien gobierne, habrá que afrontar.
Es grave que el Ayuntamiento de Gerona con los votos de los independentistas y la abstención clamorosa del PSOE, haya aprobado «romper lazos» con la Monarquía española y declarar a esa villa «ciudad republicana», después de que hace seis años declarara «persona non grata» al Rey de España, y que durante muchos años, hasta este último, los Premios Princesa de Girona hayan tenido que celebrarse fuera de esa ciudad. No importa que no tengan competencias para tomar esa decisión. Lo importante es el gesto y la abstención de quien dice y está obligado a defender la Constitución. Me preocupa de igual manera que algunas ciudades y pueblos del País Vasco sigan siendo coto cerrado del peor abertzalismo y que allí la libertad sea una utopía y el miedo a discrepar siga siendo una realidad. Es grave que alguien como Otegui pueda tener más votos que el PNV y que pueda ser decisivo para el gobierno de España. O que los independentistas catalanes, aunque no sean mayoría y pierdan fuerza y votos, puedan ser también decisivos en un Gobierno de España. Los nacionalistas saben que tienen una oportunidad para acabar con la Constitución y el Estado de Derecho y, simplemente, haber permitido que piensen que eso es factible es un grave daño para la democracia.
Me preocupa que Sumar apoye un referéndum sobre el derecho a decidir en Cataluña y que su portavoz diga que «hay que trocear empresas y bancos para desmontar oligopolios» en lugar de poner los medios para que sea el sector privado, y no el público que lo ha hecho exageradamente, el que crea empleo y, por tanto, riqueza para todos; o que quienes forman parte de ese proyecto quieran una justicia y unos medios de comunicación acríticos y controlados por el poder político. Me preocupa que, en el otro lado, se sigan defendiendo políticas racistas, contra la inmigración o censoras, incompatibles con la libertad, los derechos humanos, la dignidad de las personas y el sentido común.
Es grave que el Parlamento esté secuestrado y no sea una cámara de debate sino de aceptación incondicional de las propuestas del Ejecutivo; que el Poder Judicial haya sido retorcido hasta su absoluta inoperancia; que se haya abusado sin límite del decreto ley para hurtar el debate parlamentario; que las puertas giratorias hayan servido para colocar a los leales sin respetar las leyes y la competencia; o que tengamos instituciones donde la política ha colocado a los fieles para que obedezcan, no para que defiendan el Estado de Derecho.
Las reformas institucionales han sido las grandes ausentes de la campaña y el debate electoral. Pero tienen que ser protagonistas de la nueva legislatura. Y eso solo será posible si los dos grandes partidos rechazan el chantaje permanente de unos y de otros y optan por completar una democracia incompleta, con graves carencias, una democracia por consolidar. Y eso sólo es posible con un PP y un PSOE fuertes y comprometidos con la Constitución que nos ha hecho libres. ¿Resistiremos, sobreviviremos? Espero que sí.