Otra vieja verdad
Admitámoslo, lo único capaz de superar en tonterías a un mal análisis prelectoral es un mal análisis postelectoral. Trataré de no decir muchas, que les cojo empachados. Con el vaticinio sobre el pasado aún me apaño, pero el presente me confunde y el futuro me resulta lejano, más allá de mañana miércoles. Vaticinar es fácil, acertar no tanto. Además, los dedicados a la profecía política luego terminan acogiéndose al «ya lo dije yo». No puedo augurarme si hoy van a caer cuatro gotas, mal voy a augurar a ustedes si en el futuro cercano caerán chaparrones. Tampoco hay que tener una bola de cristal para percibir que conviene tener cerca la gabardina. Hoy solo sé que no sé nada, que diría Sócrates. Pero tengo una vieja verdad a mano: no vale todo. De nuevo, ha quedado claro que conservadurismo no es reaccionarismo, y el voto conservador nada quiere saber de visceralidades. Conservadurismo es centrismo. Y Vox no es conservador ni centrista. Por ejemplo, los conservadores hoy respaldan el respeto a las opciones sexuales, porque en todas las familias hay gais o lesbianas, que se sienten orgullosas de ellos y de ellas, que quieren vivir sin la angustia de que puedan ser discriminados o atacados. Este ha sido un logro democrático reciente. Y no es solo tolerancia, también deber. Y quien no lo respalda no es conservador ni centrista, mucho menos católico. PP y PSOE deben tener más cuidado con las malas compañías de gobierno.
¿Qué va a pasar? En octubre cumpliré 65 años, y a estas alturas de mi vida solo puedo afirmar que hoy es martes y que ornitorrinco se escribe sin hache. Vale, quizá también dos o tres cosillas más. Cualquier vaticinio ahora sería, en el mejor —o peor— de los casos, acertar por casualidad. Nadie lo sabe, mucho menos quienes habrán de aclarárnoslo. Pero aún tengo a mano otra vieja verdad: no debemos renunciar a construir un mundo que proteja a los desvalidos y les haga sentir que nos importan. No podemos renunciar al amor. Porque la democracia no ha de ir solo de quién gana en las urnas, sino de cómo no derrotar al corazón colectivo que bombea viejas verdades compartidas.