Marlaska y el rencor
Desde que los tribunales le torcieron el brazo al juez en excedencia, Marlaska, por su pretensión de que un coronel de la Guardia Civil faltara a su honor, y le entregara una información que sólo tenía como destinatario al juez encargado de la instrucción, el ministro de Interior produce la desagradable sospecha de que actúa contra el cuerpo de Guardia Civil, motivado por un oscuro rencor.
Creo que no es así. Posiblemente, el ministro de Interior —persona humilde donde los haya— exento de soberbia y altanería, lo que desea es que los guardias civiles descansen mucho y trabajen poco. Por eso, va a retirar a más de 6.000 agentes, que se encargaban de custodiar la frontera en aduanas terrestres y aeropuertos, para ser sustituidos por la Policía Nacional y las policías autonómicas. Por ejemplo, la Policía Autonómica, bajo las órdenes del consejero de Interior de una Generalitat formada por secesionistas confesos y rotundos, se hará cargo de las fronteras de Francia en Cataluña. Esto produce una gran tranquilidad, porque, cuando vuelva El Prófugo, ya verás el rigor con el que le registrarán el equipaje. En Navarra, ya ha retirado a la Guardia Civil de Tráfico —que expuso su vida, y algunos la perdieron en los controles, cuando ETA sólo mataba y no formaba parte de las listas electorales de Bildu— por exigencias del partido que dirige un antiguo secuestrador de ETA, que ve un uniforme de la Guardia Civil y le provoca un trastorno intestinal. En el País Vasco ha dado las llaves de las celdas de los presos de ETA al PNV, que los pone en la calle, cuando puede, con el desparpajo con que el PNV actúa. Y, también en el País Vasco, Marlaska ha retirado a la Guardia Civil de las labores de salvamento en montes, inundaciones y catástrofes, donde con arrojo y coraje salvaron la vida de muchos vascos.
Nada que reprochar a que los guardias civiles descansen. Pero, claro, ordenar que más de 6.000 familias cambien de domicilio, por orden de un ministro de Interior en funciones, causa una cierta perplejidad. No es ético, ni siquiera estético, que un ministro en funciones, a la espera de la formación de un Gobierno, que no se sabe cuál será —y mucho menos, quién será el ministro de Interior— se dedique a dar órdenes ministeriales, como si acabara de ser recién nombrado. Y eso, claro, alimenta las sospechas de esos maliciosos, que creen que el ministro Marlaska se mueve por el rencor y el resentimiento.