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Ha muerto la cantante Sinéad O’Connor, a los 56 años. Mientas escribo aún no ha trascendido el motivo, pero ¿acaso importa ya? Se ha ido habiendo vivido 56 siglos de penas. Cuando el dolor supera ciertos grados deja de ser inspirativo para el artista y no es ya más que dolor. Qué voz la suya, qué compromiso con su independencia artística. Durante mucho tiempo su belleza angelical sobrecogió, pero Sinéad vivía en sus propios infiernos mentales. Seguramente, habría cambiado la suya por un puñado de paz interior. Enterró a un hijo, que se suicidó, como ella misma lo había intentado en otras ocasiones. De adolescente, estuvo ingresada en un reformatorio. La relación con su madre era tormentosa, hasta que esta murió en accidente de tráfico. Cuántas penas. ¿De qué misterioso cielo viajó aquel color azul para posarse en sus ojos? Su rostro era un óvalo perfecto, en un mundo imperfecto. Pero el verdadero arte nada tiene que ver con los ojos, sino con la mirada. Tampoco tiene nada que ver con el éxito o con cualquier otro espejismo. En 1992, en un concierto de homenaje a Bob Dylan, fue largamente abucheada por miles de personas, porque semanas antes había roto en un programa de la televisión estadounidense una fotografía de Juan Pablo II, como protesta por el silencio de la Iglesia frente a los abusos sexuales. Kris Kristofferson la abrazó solidario (ella había sido víctima de abusos sexuales). Si buscan en Youtube «Sinéad O’Connor. War live at the Bob Dylan tribute», podrán ver los largos minutos de abucheos y como ella reacciona gritándoles el tema en vez de cantándolo. Nunca se jacto de todo aquello, la fama ya la tenía. Pero aquel día algo se rompió en lo que ya llevaba tiempo roto. Subir y caer, siempre.

Vivió dando tumbos políticos, religiosos, psicológicos… con integridad en sus errores. Ningún artista es un gurú, ni siquiera cuando tiene razón. Tenía una voz de cristal. Cuántas cosas no pudo destruir en ella la aflicción.

Pero, sí, el arte nada tiene que ver con la belleza de los ojos. Los de la pequeña Sinéad contribuyeron a iluminar la oscuridad del mundo mientras hubo vida en ellos. Descansa ya en paz, tú y tu dolor a la deriva. ¿Me permites que hoy rece por ti?