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Foto terrible en la prensa. Una montonera de instrumentos, teclados y equipos musicales arden levantando una espesa humareda negra que hace toser con sólo verla. A pocos metros, cuatro talibanes de turbante y ropas blancas asisten de pie en línea ante la gran hoguera purificadora, fuego sacrificial donde está ardiendo  la música , considerada por ellos como  camino que conduce a la corrupción moral  (adiós a tu guateque pobre, afganito). No es rara esa tirria sarracena a las artes libres; con la pintura le pasaba igual a Mahoma, el Islam prohibe rostros y figura humana en la ornamentación de mezquitas o libros, sólo florituras, arabescos y consignas trepando a las paredes, geometrías teológicas.

Lo curioso es la actitud de cada uno de los cuatro individuos de ese ceremonio purificador que sin duda está siendo grabado para la Catequesis de la Estaca. Veamos: hay uno que tapa la cara con sus manos y parece estar echando algún rezo de «ahí te enviamos el pecado hecho cenizas»; es el cura, sin duda... al lado, henchido de gozo, otro aprieta triunfal los puños como diciendo ¡joderos, joputas!... otro, el único de turbante blanco, está miliciano, cuadrao, seriote, y sostiene en descanso su kalashnikov... y el último parece comisario por tener una cara entre perro y lechuza de ¡anda que no! Y un detalle: la escena transcurre en el desierto sin más gente o casa a la vista, puro desierto, el mejor lugar de la Tierra para oír atronadoramente el sonido del silencio, que es la palabra de Dios, según los profetas... hasta Jesús tuvo que retirarse a uno para poder después ser Cristo.

Lo talibán odia la música porque odia la libertad que logra navegar en sus ritmos y letras. Pero en ese odio no van solos. ¿Acaso no se prohiben ahora mismo en España obras teatrales, cine, conciertos, pinturas...? Y no lo queman no por creerse más civilizados, sino porque traería mucha más caló ahora que arde el aire y hay que ir en bermudas o con dos gintonics de más para que alguno se crea Dios por esa boca y no deje de maldecir la puta suerte roja de esta nación perdida.