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Se solivianta la masa que cree que guarda como oro en paño las enaguas de doña Urraca mientras vela los pololos del conde Ansúrez; ¡ay! que le van a suavizar con una equis el nombre a Pereje. Gente que no sabe dónde está Pereje; vamos, que no alcanza a colocar con el puntero de un boli Bic la posición aproximada entre los accidentes geográficos que arman la esquina del mapa de la realidad mágica del Valcarce, que huele a la miel de los castaños, y se desazonan en la siesta de la digestión pesada porque no les gusta un fonema que induce a una pronunciación, a un acento, a un habla, a la fala, que levanta repelús entre las institutrices de academia, relamidas en el privilegio de sentir que la tendencia está con ellas. No hace tanto, vi triunfar en política y dar lecciones morales sobre el llionés a una concejala que se había destacado en el aula de la egebé por acosar a chavalas que llegaban a internados del centro de León a estudiar la básica para escapar de un pueblo en el que se dice atopar y se cierra el final de las expresiones como la puerta del postigo, como que todas las canciones fueran oclusivas. Habría que subir Pajares con los ojos cerrados para no percatarse de la siembra de eyes, oh, que salpican la señalización vertical, los muros que detienen los argayos, chupar la yema del pulgar para hacerse el atontao y tragar con este nuevo embarque que te invita a mirar el dedo que señala a la luna. Bastante más acá de la política esa, una jeta, que hizo su medio de vida de la forma de hablar de las niñas que acosó de adolescente cayetana precoz, fue posible ver la danza yeyé en torno a las olajas leonesas; porque Santa Olaya, de la Acción, de la Ribera, o de Eslonza, trae una melodía que nos parece más llevadera que el singular de reyes acabe en latina, o que a Pereje le calquen las cruces de paraíso del rey (rei) en las Rías Baixas. Se enojen o no, hay gente que prefiere un teixo para dar eternidad a los recuerdos, y que la vida siga bajo tierra amamantada por sus raíces; que no hay traducción simultánea para el kikirikí del gallo al alba, por mucho que los contenciosos estén llenos de demandas de los pijos ricos de las ciudades de los quince minutos a los que les sobran diez para acabar con los pueblos.

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