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Hay dos Españas, las de siempre, pero también la de Sánchez y la de Feijóo, incapaces de entenderse y ni siquiera de hablar y escucharse. La España de los independentistas —que, a su vez encierra una mitad, o más, no independentista, sometida a la otra mitad, cada vez menor— empeñados en ver qué réditos sacan, que más pueden arrebatar al Estado central, y la de los demás españoles. La España de los que quieren cargos, llegar a ellos o no dejarlos, al precio que sea y la de los que trabajan y pagan sus impuestos con los que se pagan aquellos cargos. La España que cancela estúpidamente a unos artistas por lo que son ideológicamente y la que hace lo mismo pero con los otros.

Dos Españas: la España rica de los municipios más grandes, donde la renta media llega hasta los 64.000 euros, y la España rural, vaciada, donde en algunos municipios apenas sobrepasa los 10.000. La España pobre según una certera definición de Intermón Oxfam a la que «le sobra mucho mes al final del sueldo» y ese uno por ciento que acumula el 23,1 por ciento de la riqueza total en España. Cuando Europa, y por tanto, España, se asoma a otra era de ajustes y va a obligar a todos los Estados a apretarse el cinturón, aquí hablamos de otras cosas: que deben exigir por sus votos; las líneas rojas; qué están dispuestos a subastar para garantizarse el poder; cuántos ministerios o consejerías «nos» corresponden; qué cargos en las instituciones del Estado, incluidas las que están para controlar al Gobierno y que va a designar el propio Gobierno; cómo abusar de las puertas giratorias para colocar «a los míos»; cómo meter la mano o lo que sea en las empresas públicas y en otras no tan públicas...

¿Oyen ustedes a los políticos, a la hora de los pactos, hablar de cómo combatir la desigualdad estructural que hace de España uno de los países más desiguales de nuestro entorno? Ni la autodeterminación ni los referendos ni la independencia ni la exclusión de los que piensan diferente es el problema.

El problema es que casi la mitad de los hogares de muchas regiones españolas tienen dificultades para llegar a fin de mes. Que entre 10 y 12 millones de ciudadanos, según las fuentes, están en riesgo de pobreza y que este problema es especialmente grave en lo que afecta a los niños y a los mayores. Que la subida de los tipos de interés está frenando la economía sin lograr el objetivo de que baje la inflación, especialmente la subyacente. Que la mayor parte de los hogares se está quedando sin colchón para afrontar imprevistos. Que tenemos las mejores cifras de empleo de la historia, pero hay indicios de que, pasado el verano, vendrán las rebajas y de que no mejora ni la productividad ni la cifra de horas trabajadas y que los fijos discontinuos esconden un engaño flagrante. Y que el sector exterior, que ha sostenido nuestro crecimiento en los últimos trimestres, empieza a dar signos de agotamiento.

¿Están las necesidades y derechos de las familias más empobrecidas, de las que viven en la precariedad o de las vulneradas en el centro del debate para la investidura? ¿Lo está el «bien común»? Dice Fratelli Tutti que «no es una opción posible vivir indiferente ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede «a un lado del camino». Esto nos debe indignar hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad». Hay muchas «dos Españas». También la de los que no pueden veranear y la de los que llenan los bares, los hoteles, los restaurantes y las carreteras como si no hubiera un mañana ni tampoco crisis... ¡Carpe diem! Hay un millón de jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa. Ellos deberían empezar a cambiar el mundo.