Cerrar

Creado:

Actualizado:

Uno de los poetas que me llenó de alegrías vendía chicharrones en las calles de La Habana. Al recordarlo, recuerdo esta referencia de Andrea Camilleri en Háblame de ti. Carta a Matilda: «Faulkner había vendido bocadillos, Steinbeck había sido portero de noche: leyendo las biografías de los americanos descubríamos que habían sido vendedores ambulantes de periódicos o de perritos calientes, lo cual no les había parecido un empobrecimiento cultural, sino un enriquecimiento de su experiencia».

Verán. Suelo ver con cierta frecuencia la parte final de un programa televisivo, «Pasapalabra». No entro en ninguna valoración, sino en las sensaciones que a veces me suscita. La primera, sin duda, es la alta participación de gente joven, que demuestra, en buena medida, un alto conocimiento de la lengua y una cultura envidiable. Entenderán por qué no acepto tantos axiomas negativos que ponen a la juventud como chupa de dómine. Toda generalización, cuando es dogmática, es injusta por falsa. Tenemos la suerte de contar con un más que notable porcentaje lleno de valores y conocimientos para regalar. Permítanme, sin embargo, aludir a uno de ellos, sin exclusiones, por supuesto, ya que encarna el espíritu con que inicié estas líneas lunesinas, acaso lunáticas, que, al parecer, tienen no poco de similitud.

Fernando Castro, uno de los concursantes del momento, es un carismático y simpático joven científico. Gallego, con los atributos característicos de no saber si baja o sube, amparado en esa retranca tan característica de las tierras vecinas. Su currículo es tan llamativo, notable y positivo, que alegra saber el empeño vocacional y esforzado que narra su trayectoria vital. Uno no puede recurrir más que al asombro. Preguntado, como es habitual, por el destino de los posibles dineros ganados en el concurso, respuesta humilde que invita a la reflexión: «Poder vivir de una profesión que no siempre da para poder hacerlo». Así que Alemania en el horizonte.

Aquí llega el recuerdo inicial de los escritores. Seguramente está claro. Les honra. Pero se hace también inevitable la frase-idea que titula esta columna. Es, como saben, de Unamuno, de principios del siglo pasado, cuando España había perdido, entre otras, la oportunidad de ser uno de los países líderes del proceso industrializador. ¿Seguiremos pensando lo mismo? ¿Seguiremos pensando que el poder investigador es un juego, un divertimento, y no base fundamental, clave para el desarrollo y el bienestar?