Nuestro viejo buen humor
E l domingo por la tarde me preguntó mi mujer: «¿Si pudieras hacer ahora mismo un viaje a cualquier lugar del mundo… cuál escogerías?». Contesté sin dudarlo: «California, a ver a nuestro querido Víctor Fuentes». En ese mismo instante —palabra— me llegó un correo electrónico suyo comunicándome que quizá nos veamos este octubre, en España, si asiste —a sus noventa años— a un congreso en Madrid sobre Almodóvar. La tarde quedó iluminada por la grata posibilidad. Por supuesto, me niego a rebajar el hecho a que a mi amigo le zumbaron los oídos. Señal fue. Además, tampoco está mal sentir un cosquilleo auditivo si alguien está diciendo algo bueno y verdadero de ti. Salimos a pasear y le comenté a Marta mi convencimiento de que vivimos rodeados de hermosas señales, que a veces no percibimos. En un paso de cebra un señor alude a mi anterior columna: «Le leo todos los domingos». Solo publico los martes y los viernes, pero no importa… ¿acaso el actor Emilio Gutiérrez Caba no cuenta en sus memorias que le confunden con Manuel Galiana? Al despedirse el amable transeúnte me dijo: «Sobre todo, no pierda nunca el humor». Le contesté: «Haré lo que se pueda». Perderlo no depende solo de mí, también Trump ha de poner algo de su parte, como esos otros dos o tres que, aquí o allá, nos hacen fruncir el entrecejo a poco que abran la boca.
De camino a casa, tuve una llamada de un amigo pintor perseguido desde hace tiempo por el desánimo. ¿Volverá algún día a su corazón el alegre vitalismo que era su impronta? Ojalá. Sin embargo, la bondad le permanece intacta porque la lleva claveteada en los adentros.
Ayer por la mañana, en otro paseo con mi mujer, me paró una señora con el pelo blanco y quizá ya desde hace mucho. «Tú y yo nos conocimos desde que éramos niños». Respetuosamente, le mostré mi perplejidad cronológica, pues mi infancia no la pasé en León, llegué ya con veinticinco. Me aclaró: «Quise decir desde cuando murió Enrique Tierno Galván, en unos actos que organizó la Escuela de Magisterio». Eso fue en 1986. ¡Qué bella forma de expresarlo! «Dejémoslo en que nos conocemos desde que éramos mozo y moza», añadí. Nos sonreímos los tres. A cuántas vivencias ha sobrevivido ya nuestro viejo buen humor.